lunes, 9 de febrero de 2015

Reflexiones acerca de métodos etnográficos en la prevención inespecífica de adicciones

Edición N° 29 - otoño 2003

Reflexiones acerca de métodos etnográficos en la prevención inespecífica de adicciones
Por:
Lic. Mariela Staffolani
 * 
(Datos sobre la autora)



Algunos autores utilizan la etnografía como sinónimo de investigación cualitativa en la que incluyen la etnografía propiamente dicha, la investigación de campo con carácter cualitativo, las historias de vida, y los estudios de casos.
Para otros la etnografía la consideran sólo como métodos o conjuntos de prácticas y herramientas desarrolladas como complemento en el uso de métodos cuantitativos pero con una concepción más amplia, citando algunos criterios:
  • Como una forma particular de articular la experiencia de campo y el trabajo analítico, los que son parte necesaria de un mismo proceso.
  • Técnicas para recolectar y analizar datos (observación participante, entrevistas abiertas, análisis cualitativo, descripción narrativa). Puede ser presentada en el desarrollo de diseños para diagnóstico o estar dentro de un estudio cuantitativo para proyectos curriculares.
Tomando el artículo "Reflexiones epistemológicas sobre la utilización del método etnográfico", (Ponencia para el II Congreso Nacional de Antropología en Colombia, Medellín Universidad de Antioquía, octubre 7-11 de 1980) considero fundamental el abordaje que realizan de la etnografía desde la historia haciendo hincapié en la apropiación que hace este método de las sociedades que estudia, en el plano del conocimiento, y que dicha apropiación será puesta al servicio del sistema capitalista, así sea solo en la forma aparentemente neutral de contribución al desarrollo de la ciencia. Cientificidad y neutralidad frente a las sociedades que estudia, convierten al etnógrafo en un perfecto objetivador donde existe un "ellos" (objetos) que "me reciben" y "me aceptan".
Como se refiere en la ponencia "Solamente quienes participan en la producción del conocimiento con la finalidad de modificar su carácter desigual, su carácter de explotación y dominación pueden tener como expectativa la cientifidad de tal conocimiento".
Aquellos cuyo propósito es apropiarse de los "objetos" de conocimiento para el desarrollo de la ciencia, o considerar que el dominado puede ser conocido autónomamente como totalidad siendo ellos los sujetos de conocimiento no se proponen un cambio al contrario reproducen y consolidan las relaciones de dominación existente.
Considero que si bien el artículo contextúa la utilización de métodos etnográficos en los pueblos colonizados, es interesante la reflexión acerca de la neutralidad del investigador para producir conocimiento científico, el aspecto más recalcado de la etnografía es el de ser neutral frente a lo que acontece en las sociedades que estudia. Dicha neutralidad pone al otro en lugar de objeto, ya que para estudiarlo, debe ser un "gran objetivador".
A partir de la ponencia, se torna fundamental prevenir el "saqueo cultural" buscando formas de investigación participativas en donde los sujetos que padecen una problemática sean a la vez protagonistas de la transformación de la misma.
En tal sentido considero aportar lo escrito por la Lic. Clemente en cuanto a la investigación en nuestra profesión: " Las preguntas de conocimiento tienen siempre una doble pertenencia (teórica y empírica) y por lo tanto se nutren tanto de los marcos de referencia que brinda la especificidad profesional como de las observaciones (evidencias) que ofrece la practica profesional". En tal sentido los trabajadores sociales estamos más próximos a problematizar sobre el objeto de intervención y su Redefinición como objeto de conocimiento.
En la actualidad la investigación en salud mental continúa restringida a las formas dominantes de las prácticas médicas con un predominio de la investigación clínica. La situación presente necesita un nuevo papel de la investigación que pase de ser una presencia sofisticada a constituirse en una herramienta que oriente la prevención colaborando para extender la cobertura sanitaria a problemas que como el uso indebido de sustancias psicoactivas hoy están dentro de la sombra, proyectando visiones restringidas en cuanto a la naturaleza y alcance de los problemas. -1- "Etnografía de la Droga" María Teresa Nally y otros-
La acción preventiva sin el sustento que da la realidad a la que se pretende transformar es un campo para la manipulación.
El aporte de la antropología podría resultar novedoso en el sentido de realizar estudios exhaustivos acerca de los valores, creencias, representaciones sociales analizados en relación a variables como el consumo/no consumo de drogas, nivel económico, permitiendo un marco descriptivo de contrastes y semejanzas.
Considero que dicho estudio debería ser articulado por contenidos teóricos conceptuales inherentes del desarrollo de la praxis del Trabajo Social. Más allá de los datos específicos construidos en torno al consumo, sería pertinente a los fines de una investigación con intencionalidad transformadora problematizar los procesos que preceden o devienen de esas practicas y que suponen en términos de Bordieu un "campo de producción material o simbólico donde se ponen en juego interacciones de los agentes que ocupan posiciones diversas (de hegemonía, de poder, de subordinación en la estructura de las relaciones de campo"
Siguiendo a Adriana Clemente, la investigación deberá buscar su objeto de estudio en el amplio espectro de las practicas sociales pudiendo particularizar el conocimiento de las interacciones sociales en torno a la satisfacción de necesidades de distinto orden (salud, educación, vivienda, etc)
Las dinámicas de interacción son posibles en un determinado contexto, donde el trabajador social desarrolla su trabajo de campo. Este ámbito interaccional se constituye en materia de análisis y reflexión para el conocimiento de la problemática y de las posibilidades de transformación que se presentan.
Por lo referido anteriormente considero que el método etnográfico debe ser acompañado, por un marco teórico conceptual que delimite el objeto- sujeto de nuestra intervención, contemplando asimismo las interacciones sociales de los sujetos adictos, su contexto, sus recursos y posibilidades, constituyéndose en los ejes de nuestra intervención o investigación con intencionalidad transformadora. 
BIBLIOGRAFIA

  • Donghi Alicia, Vazquez, Liliana: Adicciones: Una Clínica de la Cultura y su malestar. JVE Ediciones. Buenos aires 2000.
  • Carballeda, Alfredo: La intervención en lo Social. Artículo publicado en la Revista nuevos Escenarios. ESTS.UNLP: 1997.
  • Clemente Adriana: Nuevos Escenarios y Práctica Profesional : Notas sobre investigación, formación y práctica profesional. Ed.Espacio. Argentina 2002.
  • Inchaurraga, Silvia Comp. Drogas y Políticas Públicas. El Modelo de Reducción de Daños. Ed. Espacio. Argentina 2001.
  • Lozano Javier: Comentario para antes de iniciar trabajo de campo: centro de Expresión Cultural y Formación Infantil y juvenil. Santa Fé de bogota. Colombia.
  • Boletín de Antropología –Departamento de Antropología –Universidad de Antioquía-Medellín.Algunas Reflexiones Epistemológicas sobre la Utilización del Metodo Etnográfico.
  • Caol Nilda Nolla. Revista Cubana Educ. media Superior. Ministerio de Salud Pública: Etnografía una alternativa más en la investigación pedagógica. Año 1997.


Datos sobre la autora:
* Lic. Mariela Staffolani
Lic. en Trabajo Social
Subsecretaría de Adicciones de la Provincia de Buenos Aires. 

Trayectorias institucionales de usuarios de drogas en sectores empobrecidos: ¿ un punto de mira para comprender al Estado contemporáneo?

Edición N° 52 - verano 2009

Trayectorias institucionales de usuarios de drogas en sectores empobrecidos:
¿ un punto de mira para comprender al Estado contemporáneo?
Por:
Grisel Adissi 
(Datos sobre la autora)



PresentaciónActualmente me dedico a investigar los modos particulares en que se construye –de modo contingente- la oferta y la demanda de atención en salud mental; simultáneamente, he venido participando de distintos dispositivos relacionados con el uso de drogas. En la convergencia de ambas inquietudes, tratando de articular dinámicas microsociales con procesos que tienen lugar en la estructura social, me ha venido llamando la atención cierto rasgo contemporáneo que quisiera aquí sugerir. Mi intención es compartir una hipótesis provisoria, según la que me planteo orientar futuros abordajes empíricos. De tal modo, no se trata de la conclusión de indagaciones anteriores, sino más bien de un bosquejo inicial, según el cual trazar el mapa de próximos recorridos investigativos.
Dicho esto, cabe especificar que lo que sigue a continuación se basa en la recolección de observaciones a modo impresionista, en el marco de dispositivos varios donde he tomado contacto con usuarios de drogas (tanto jóvenes como adultos, mayoritariamente varones, en el área metropolitana de Buenos Aires –AMBA- y pertenecientes a estratos que podrían clasificarse como bajos y medio-bajos de la población). Asimismo, retoma trabajos previos –propios y ajenos- acerca de discursos puestos en circulación en los medios masivos de comunicación, tanto como discusiones teóricas sostenidas en distintos textos, Jornadas y Congresos relacionados con temáticas de algún modo vinculadas a los derechos sociales, sobre las funciones del Estado.
Tomaré como punto de partida mi desacuerdo para con lo que comúnmente resuena en estas últimas discusiones. En ellas los análisis –y sus efectos más o menos mediatizados en la esfera de la acción social- suelen tener como supuesto incuestionado la mirada puesta en una supuesta edad de oro del Estado, o bien en una órbita de lo estatal concebida a modo normativo. Así, se retoman con insistencia conclusiones instaladas en cierta medida tanto en las ciencias sociales como en la opinión pública, en relación con la necesidad de señalar el incumplimiento del Estado en relación con lo que se definen como sus obligaciones, al tiempo que se lo caracteriza como en proceso de “achicamiento”. Quisiera aquí preguntarme sobre algunos procesos diferentes que, quedando invisibilizados por aquel mecanismo, parecieran emerger cuando el punto de mira se corre, y se ubica en las trayectorias institucionales de la población.
Recortando la esfera de la Salud Pública para construirla como analizador de mi planteo, mi hipótesis es que en determinados dispositivos terapéuticos, cuando se indagan las trayectorias institucionales de aquellos que momentáneamente ocupan el lugar de pacientes, el escenario resultante pareciera bien distinto a aquel que se deduce al focalizarse en los efectores y organismos estatales. En otras palabras: mientras que observando desde la perspectiva del sector público de salud, las respuestas estatales son ciertamente acotadas, cuando se observa desde la perspectiva de quienes transitan por ellas, siguiendo su trayectoria más allá de este paso circunstancial, las respuestas estatales parecen, si bien ineficaces, ciertamente extendidas.
La propuesta es, entonces, tratar de pensar tal problema de modo distinto, por si esto posibilitara, a su vez, inventar nuevas respuestas. A estos fines, partiré de una discusión conceptual sobre un nivel macrosocial, entendiendo que esto podría facilitar la presentación de algunas hipótesis iniciales en relación con lo que los itinerarios podrían estar mostrando. Como el planteo es algo no muy habitual, es posible que en principio parezca que los debates conceptuales que comenzaré por presentar son ajenos a pensar lo relativo a la asistencia sanitaria, y más aun a las experiencias que configuran huellas en los sujetos consultantes. Es entonces aquí mi desafío el intentar articular estos niveles, encontrando alguna lógica que posibilite el leer ciertos trazos de trayectorias individuales en una clave que nos permita comprender algo del contexto social ampliado.
Introduciendo la discusión conceptual
Entre los supuestos instalados en el sentido común –tanto de expertos como de la opinión pública- resulta frecuente escuchar referencias al “achicamiento” o “retiro” del Estado. Como toda definición condiciona la respuesta, aquel supuesto de un Estado en retroceso se convierte así más de una vez en punto de partida para demandar su presencia.
Discutiendo con esta idea, quisiera defender aquí la idea que aquel postulado se relaciona con una concepción del Estado a la cual cabría calificar de ahistórica. Aunque esta afirmación resulte en principio contraintuitiva, considero que hablar de un “retiro” del Estado implica comprenderlo a este de modo cristalizado: es al recortar una sola dimensión -la de las políticas sociales- que se constata una disminución atribuida en el mismo gesto a las dimensiones restantes, que quedaron fuera del análisis. Si cambiásemos la perspectiva, podríamos tal vez intuir que, más que de un achicamiento de la incumbencia estatal, podría tratarse de una reformulación de sus ingerencias.
Para proseguir esta línea de indagación se vuelve necesario poder diferenciar el aparato estatal como conjunto de sus connotaciones valorativas. Imbuidos de esta cautela metodológica, quizás lograríamos acercarnos a la comprensión de que, si bien crecientes sectores de la población están cada vez más desprotegidos, esto podría no depender directa y proporcionalmente de una aparente disminución del Estado. Entiendo que algunas vicisitudes del tema “drogas” podrían quizás resultar sugerentes si se las toma como analizadores.
Antes de focalizar en esto, quisiera hacer dos aclaraciones, señalando algunos límites (más) de este trabajo. En primer lugar, anticipar que a los fines modestos de este artículo tomaré aquí al “Estado” como un sistema, pese a que entiendo que en la práctica funciona como algo distinto a un ente discreto y monolítico. Quienes hemos trabajado o trabajamos en el ámbito público conocemos por experiencia directa las grietas que pueden encontrarse al ocupar sus espacios, cuando se lo hace desde perspectivas y modalidades de intervención alternativas. Sabemos que quien esté en un lugar determinado puede marcar una diferencia para quienes se encuentran con la gran maquinaria estatal en el marco de su vida cotidiana. No obstante, a los fines de focalizar el planteo que aquí intento, optaré por descuidar este aspecto que considero fundamental, esperando que se me pueda disculpar semejante omisión.
En segundo lugar, creo necesario –para hablar del “achicamiento” del Estado- mencionar, aunque tampoco sea aquí mi objetivo profundizar en esto, que pese a lo que se argumenta desde algunos ámbitos, lo que está en juego en la realidad del Estado, más allá de las argumentaciones utilizadas para sostener distintas reformas, es algo distinto a la necesidad de reducir gastos.
Ejemplificando con el Sector Salud, que es al que aquí nos referiremos en relación con el gasto social, existen datos concretos que muestran que en el período al que podríamos llamar neoliberal no disminuyó el monto presupuestario sino que al contrario este ha aumentado mientras que se produjo un fuerte deterioro de su eficacia. En este sentido, distintos autores (Kaufman y Nelson, 2004) analizan el modo en que mayores partidas presupuestarias fueron asignadas al área durante la década del ´90 con el objetivo de contribuir a su reestructuración, es decir, a rediseñar estructuras en pos de aplicar políticas de focalización y descentralización –según los dictados de lo que se ha llamado “modernización” del Estado.
Continuidades y rupturas en la función del Estado
Ahora sí, una vez saldadas aquellas cuestiones de necesaria mención, volvamos al eje central de este artículo. Para re-pensar aquella afirmación instalada acerca del “retiro” estatal, que es lo que aquí me propongo, podría resultar fundamental comprender qué es lo que motiva a un determinado orden estatal, en un momento histórico puntual, a llevar adelante políticas sociales.
Tanto la historia como la teoría política pueden sugerirnos algunas pistas que nos orienten en esta comprensión. Así, podremos observar que el Estado Social (llamado también “benefactor”, “providencia” o “de bienestar”) surge como respuesta de los estados capitalistas frente al riesgo de conflictos sociales (Isuani, 1991).
Sea en respuesta a demandas formuladas o bien anticipándose a la posibilidad de estas, las intervenciones sociales del Estado podrían definirse como “conquistadas” por quienes en tal gesto refrendan su carácter de ciudadanos (O´Donnell, 2004), y se corresponden con cierta sensibilidad de las poblaciones, en términos de considerar algo como un derecho. Así, es en el marco de una compleja dinámica social que una cuestión específica se construye como “problema social”, y en tal gesto se define como algo injusto e indeseable, frente a lo cual es necesaria la intervención del ente erigido como representante del interés general –el Estado.
Décadas atrás, este interés general era percibido como equivalente a la protección de aquellos sectores de la población más vulnerables (Andrenacci, 2005). En estrecha relación con tal atribución de sentido, se sostenía un relativo consenso social respecto del modo de prevenir la desestabilización del orden social. Así, como recurso para generar legitimidad, las intervenciones sociales del Estado tendían a funcionar en cierto sentido garantizando una mínima armonía colectiva. En definitiva, se consideraba mayormente que para sostener cierta paz social era aconsejable otorgar ciertos beneficios que conformaran un umbral mínimo de ciudadanía. Vale repetir que no se trata de dinámicas exentas de luchas colectivas, sino por el contrario: son las reivindicaciones las que motorizaban la ampliación continua de aquel umbral.
Tratando de pensar en términos procesuales para no caer en una oposición de polos discontinuos “antes/ahora” –lo cual implicaría una falacia narrativa- puede sugerirse que actualmente esta perspectiva no ha desaparecido, pero se encuentra en una fuerte disputa con otras. Y es en relación con esto que podrían formularse una serie de preguntas, a saber: si partimos de que las políticas públicas tienen como objetivo la legitimación de un determinado orden social, para luego considerar el hecho de que actualmente las políticas sociales padecerían de una fuerte ineficacia, ¿qué es lo que estaría permitiendo, no obstante, la legitimación del orden en nuestros días?. Dado que es notoria “la pobreza de las políticas contra la pobreza” 1 (Lo Vuolo et al, 1999); ¿podría pensarse que hay otras respuestas que se están dando a la pobreza, que habilitan por otros medios la reproducción del orden social? ¿Cuáles son las bases que parecerían estar sustentando hoy la gobernabilidad? ¿Se ha “retirado” realmente el Estado? ¿O es que ha suplido con otro tipo de intervenciones su “retiro” de determinadas áreas?
Inducida por el modo en que me he formulado estas preguntas, una respuesta tentativa podría ser que las bases de la legitimidad del orden contemporáneo se encuentran ancladas en principios distintos a las de las políticas sociales. Esto podría llevarnos, tal vez, en el afán de comprender de qué principios se trata, a indagar las bases del consenso ampliado. ¿Cuáles son las áreas en las que se tiende a demandar intervenciones más fuertes por parte del Estado? ¿Cuáles son los sectores que disputan fuertemente por conquistar nuevas protecciones por parte del Estado? Una nueva respuesta, por demás provisoria pero que me animaría a aventurar a la luz de ciertos enunciados que suelen circular con particular insistencia en los medios masivos de comunicación, tanto como en las plataformas político-partidarias, es que un reclamo reiterado es el que se ha coagulado en torno del concepto de “(in)seguridad”.
Ahora bien, tal “seguridad” actualmente remite a contenidos un tanto diferentes de aquellos imperantes en las décadas donde las medidas denominadas de “seguridad social” tuvieron su apogeo. La inseguridad, en nuestro contexto, tiende a escindirse de la precariedad o la incertidumbre en las condiciones de vida y en la inserción social.
Así, en los diversos niveles administrativos se tiende a proteger mediante políticas públicas, y con una intervención estatal ciertamente pronunciada, los beneficios de algunos grupos concentrados. Entonces, aquella escisión –discursiva e imaginaria- entre inseguridad, por un lado, y aquellas políticas que entre otras cosas han tendido a una precarización importante del mercado laboral, por el otro, facilita una equivalencia casi inmediata entre inseguridad y “delito”.
Concepto este último que quizás haya también que poner entre comillas si se quiere hacer alusión a lo denegado: la delincuencia se presenta como desvinculada de la criminalidad organizada a gran escala (Del Olmo, 1997), de la corrupción de los funcionarios públicos o del afán de lucro empresarial que no respeta códigos de ética, entre otros fenómenos invisibilizados.
Construida esta discontinuidad en lo recortado como delictivo, es que la seguridad puede ser entendida como sinónimo del resguardar la propiedad privada -y la vida- de ciertos sectores de la población. El “bienestar general” habría pasado entonces, de ser aquel promovido por la integración de los desfavorecidos, a ser aquel que atañe sólo a los sectores en mayor o menor medida beneficiados –hasta el momento- por el orden social.
Se produce así un viraje donde lo que subyace en distintos debates políticos, disputando cada vez con mayor fuerza el sentido de las intervenciones estatales, es la intención de preservar a quienes por el momento se encuentren a salvo de la pauperización de aquellos que estén padeciendo los procesos de precarización 2. En otras palabras, y para resumir lo anterior: el Estado Social, como idea y como práctica, se basaba en pensar que solucionando los problemas de los más pobres se resolvían los potenciales conflictos sociales, armonizando el orden del conjunto. En algún momento habrían comenzado a surgir enunciados rivales de esta postura, que tendieron a pensar problema y solución a la inversa: la paz social se conseguiría poniendo a raya a quienes no son beneficiados por este orden de cosas.
Mirando lo que prospera junto a lo que se va desintegrando
Tratando de articular lo sugerido arriba: pareciera que cuando se hace referencia al “retiro” del Estado se ponen en visibilidad -de modo recortado- los aspectos negativos de este proceso. Ahora bien, ¿cuáles son los aspectos productivos (en términos foucaultianos 3) que se encuentran ineludiblemente como contracara de aquellos? ¿Cuáles son las cosas que sí se hacen, y que permiten suplantar o soslayar lo que se deja de hacer?
Quizás lo que nos permitiría comprender mejor un aspecto sea, entonces, relacionarlo con su contrapunto. Mientras el Estado reduce su eficacia en lo relativo a las políticas sociales –y más aun en aquellas de corte universal y no asistencial- podría pensarse que está buscando el modo de ampliar su ingerencia en otras. Hay áreas en las que no sólo no se ha reducido sino que, por el contrario, se ha fortalecido su presencia. ¿Qué es lo que estaría habilitando, promoviendo, avalando, que esto así sea? Mi humilde sugerencia es que es el modo de obtener legitimidad: sólo merced al consenso puede producirse aquel viraje.
El sector Salud vuelve a resultar ejemplificador en términos de la respuesta provisoria que estoy aquí tratando de construir. ¿Por qué no estuvo éste área priorizado en la agenda pública de los ´90 (Kaufman y Nelson, op.cit.)? Entre otras cosas, porque se lo piensa como un beneficio para los sectores empobrecidos (Repetto, 2002).
En relación con esto, nuevamente resulta de interés afinar la mirada para poder observar más allá de lo declarado, sin quedarse con la primera impresión, dado que existe una denominación convencional para la lógica con la que se supone que operaría el subsector público que es la de “universalista” –denominación derivada del modo de financiamiento. Sin embargo, en la práctica la esfera pública (“subsector” desde sus orígenes) tendió a asimilarse a aquella utilizada por las poblaciones más desfavorecidas (Repetto, op.cit.).
Esta tensión se pone de manifiesto si cruzamos algunas referencias. Por ejemplo, la Ley 153 de la Ciudad de Buenos Aires habla explícitamente –hasta el momento- de “cobertura universal de la población” debido a que alcanza “a todas las personas sin excepción, sean residentes o no residentes de la Ciudad de Buenos Aires”. Sin embargo, una de las variables sociodemográficas que suelen utilizarse con total naturalidad en la actualidad y que se considera fundamental por ejemplo para realizar entre otros diagnósticos, el Análisis de Situación de Salud de la Ciudad (ASIS) denomina como “población sin cobertura de salud” a aquella que debería ser asistida por el subsistema público. En otras palabras: se podría conjeturar que mientras algunas denominaciones derivan del imaginario que asociaba la salud de cualquier recorte poblacional a un bienestar general, otras están atravesadas por la evidencia cotidiana de lo que sucede cuando no se cuenta con otra protección que la del Estado.
Para acercarse al entretejido real de las decisiones y omisiones en términos de política pública, entonces, cabe considerar la importancia de cómo son definidos los problemas sociales. Esto va de la mano no sólo con cómo se interviene, sino además con quienes son los autorizados para intervenir. Si consideramos al Estado en su doble faz de conciliación y coacción (O´Donnell, 1978), podemos poner a jugar a las políticas sociales no sólo en la correspondencia fundamental que estas guardan para con las políticas de empleo (Grassi, 2003) sino también para con las políticas de seguridad pública.
O´Donnell (ibídem) plantea que no pocas veces los problemas relativos a los sectores más pobres son leídos bajo esta clave, y es así que llegan a instalarse en la agenda. Así, mientras que el Sector Salud, junto con otras políticas de integración social, no estuvo priorizado en su conjunto en la década del ´90, podemos encontrar un área puntual del sistema sanitario que –si bien podemos considerar que de modo insuficiente- fue seno de una activación relativa. Dicha activación se dio en un contrapunto complejo para con el aparato jurídico-represivo del Estado, y en íntima vinculación con lo que fue siendo definido como clave de los “problemas sociales”. Me refiero a pequeños, acotados, discontinuos, pero emergentes dispositivos pertenecientes al Estado o financiados por aquel, cuya población-objetivo son los usuarios de drogas.
Cabe recordar que en los últimos años el tema “drogas” ha ido ganando en la opinión pública en cuanto a imputación de causalidad de distintos factores que se perciben como poniendo en cuestión el orden social –entre ellos, principalmente, lo calificado como delincuencia. De tal modo, distintos actores han ido participando en una definición de los problemas sociales donde lo que se construye como figura del “drogadicto” constituye un destinatario privilegiado de un repertorio de mecanismos de disciplinamiento, que en la ambigüedad entre lo punitivo y lo terapéutico confunden lo que el Estado de Bienestar se había preocupado bien por distinguir. Quiero sugerir, entonces, que en los discursos que circulan socialmente sobre la definición del tema “drogas”, y que se encuentran actualmente en disputa, se pone de manifiesto -quizás de modo paradigmático- el lugar que las políticas sociales ocupan en el arco más amplio de las políticas públicas –o políticas de Estado.
La refractación de los procesos macrosociales en la vida cotidiana
Ahora sí, intentaré la justificación de todo este rodeo argumental, que podría considerarse un tanto abstracto. Tal como lo anuncié en un principio, se trata del desafío de ligar aquel proceso de orden macrosocial a lo que ocurre en la vida cotidiana de los sujetos. Es aquí que por momentos resulta evidente el hecho de que aquellas poblaciones para las cuales el sistema de salud pareciera volverse menos accesible, que son las poblaciones desfavorecidas, sí tienen un acceso que podríamos calificar –no sin cierto dejo de ironía- como “facilitado” a otras instituciones del Estado. Claro que se trata de un acceso impuesto, pero no por esto deja de ser recurrente. Es entonces que, quiero sugerir, puede rastrearse el modo en que aquel proceso que tiene lugar a nivel estructural se plasma en la vida cotidiana de los sujetos.
Así, cuando sacamos el foco de análisis de las políticas sociales, para ponerlo en las trayectorias de la población consultante por problemas relacionados con el uso de drogas, el “retiro” del Estado parecería cobrar otro cariz. Si bien no desde una sistematización rigurosa, me ha venido llamando poderosamente la atención, tanto en mi contacto directo como indirecto con usuarios del sistema de salud que transitan estos dispositivos, el modo fuerte en que sus trayectorias personales se encuentran marcadas por la intervención del Estado. Policías, comisarías, juzgados, institutos, y una serie de organismos públicos se conjugan en distinto orden y con distinta obstinación en cada una de las vidas de muchos de quienes acuden a los efectores de salud por este tema.
Quisiera, entonces, compartir la pregunta acerca de si acaso estas trayectorias nos permitirían entrever que el Estado ha dejado áreas vacantes sólo cuando se considera un aspecto de las políticas públicas –el de las políticas sociales. Si acaso estas trayectorias no constituirían un doloroso ejemplo de que se han encontrado otras formas de legitimación del orden social. Si acaso están tan desligadas de aquellos discursos que circulan en el imaginario contemporáneo reclamando “seguridad”. Si están tan desligadas de la fuerte asociación que muestran los medios masivos entre “la droga” (como fetiche) y “el delito”. Si no es que el Estado tiende a generar consenso a partir de una presencia fuerte en algunos ámbitos, restando eficacia a áreas que ya no parecieran convocarlo.
Sintetizando preguntas y respuestas sugeridas: quizás podría habilitarse otra mirada respecto de cómo entender al “retiro del Estado”. Es decir, considerando al Estado de modo bifronte (O´Donnell, op.cit.), cabría la pregunta acerca de si es “el Estado” como tal el que se retira o se achica, o es aquella dimensión de este que en épocas anteriores había posibilitado su legitimación. Y el que pueda hacerlo -sería necesario agregar- obedece a que circulan socialmente determinados discursos que habilitan aquella legitimación en otros términos (Colombo, 2008).
En definitiva, quisiera sugerir que en momentos históricos donde los procesos de legitimación posibilitan el despliegue de estrategias más ligadas a lo represivo, el Estado Social puede “retirarse” puesto que se encuentra el terreno disponible para que esto sea compensado con una fuerte entrada en escena de otro tipo de aparatos estatales. En definitiva, en contextos donde las valoraciones que circulan en lo social así lo permiten, la legitimidad es posible merced a otro tipo de intervenciones. Quizás, y de nuevo tengo que escribir dolorosamente, los itinerarios de la población, en su mezcla imbricada de búsqueda terapéutica y control social, podrían estar mostrándonos un aspecto de este proceso. Es sólo algo que me pregunto: cualquier tentativa de respuesta es provisoria.
Bibliografía consultada
* Adissi, Grisel; Fritsch, Pablo “El debate actual sobre la Ley de Drogas. Una disputa por la legitimidad entre agencias de control social”, ponencia presentada en las V Jornadas de Sociología de la UNLP, La Plata, Diciembre 2008
* Andrenacci, Luciano (comp.) “Problemas de política social en la Argentina contemporánea”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2005
* Belmartino, Susana “La atención médica en el siglo XX – Instituciones y procesos”, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005
* Colombo, Rafael "En el nombre de la (in)seguridad: politización y ´populismo punitivo´ en los discursos y programas de gobierno sobre el delito en Argentina (2007)", ponencia presentada en las V Jornadas de Sociología de la UNLP, La Plata, Diciembre 2008
* Del Olmo, Rosa "La conexión criminalidad violenta/drogas ilícitas: una mirada desde la criminología." En Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales Nº 2-3. (Abril- septiembre) IIES-FACES-UCV pp 182- 189, Caracas, 1997
* Foucault, Michel “Microfísica del poder”, La Piqueta, Madrid, 1992
* Grassi, Estela “Políticas y problemas sociales en la sociedad neoliberal -La otra década infame [I]” Editorial Espacio, Buenos Aires, 2003
* Isuani, Ernesto: Bismarck o Keynes: ¿Quién es el culpable? Notas sobre la crisis de Acumulación. En Isuani, Lo Vuolo y Tenti Fanfani, “El estado benefactor: un paradigma en crisis” Miñó y Dávila/CIEPP, Buenos Aires, 1991.
* Isuani, Ernesto; Tenti, Emilio et al “Estado democrático y política social”, EUDEBA, Buenos Aires, 1989
* Kaufman, R. Y Nelson, J. “Crucial Needs and Weak Incentives. Social Sector Reform, Democratization, and Globalization in Latin America”. Johns Hopkins University Press. (caps. 1, 2,4,7, 16), 2004
* Lo Vuolo, R. Barbeito, A. Pautassi, L y Rodríguez Enriquez, C “La pobreza de las políticas contra la pobreza”, CIEPP/Miño y Dávila, Buenos Aires, 1999
* O'Donnell Guillermo “Apuntes para una teoría del Estado”Revista Mexicana de Sociología, Vol. 40, No. 4, Estado y Clases Sociales en América Latina (2) (Oct. - Dic.), pp. 1157-1199, México, 1978
* O´Donnell, Guillermo “El debate conceptual sobre la democracia” en AA.VV. La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos. PNUD.. Pp. 11-86, Buenos Aires, 2004
* Repetto, Fabián “Gestión pública y desarrollo social en los noventa. Las trayectorias de Argentina y Chile”, Prometeo, Buenos Aires, 2002

NOTAS
1 Título del libro al que se hace referencia, que sirvió para poner palabras a una evidencia y se ha vuelto desde entonces una frase común en algunos ámbitos.
2 Se entiende aquí por precarización la cercanía con la frontera de la integración social, definida esta última por el acceso formalizado a distintos ámbitos y bienes -trabajo, educación, vivienda, etc.
3 Véase “Microfísica del Poder”


Datos sobre la autora:
* Grisel Adissi 
Lic. en Sociología, IIGG, FSOC, UBA/ Becaria CONICET, programa de doctorado / Adscripta CeSAC 8 – AP Htal. Penna - 

Ciudadanía y drogadicción

Edición N° 51 - primavera 2008

Ciudadanía y drogadicción
Por:
Ana Biessy
 * (Datos sobre la autora)



CiudadaníaLa participación, en ese espacio de relación entre Estado-Economía-Sociedad, hace que los sujetos se constituyan como ciudadanos.
Hecho que no se da “a priori”, sino que es producto de una construcción.
Ser ciudadano supone ser portador de derechos, reconocerse titular de derechos.
La figura del ciudadano como sujeto de derechos se fue construyendo con el reconocimiento de garantías civiles, luego políticas. Con el Estado de Bienestar se instaura y consolida laciudadanía social, asociada a los derechos sociales asegurados por el Estado.
Con la globalización se desdibujan las naturales formas de organización política, se redefine la noción de lo público y lo privado, emergen nuevas consideraciones en cuanto a la ética, y pierden legitimidad las instituciones esencialmente socializadoras. A su vez la ciudadanía se transforma, ante procesos de exclusión y discriminación.
Como resultado del proceso político-histórico-social que desde hace más de tres décadas vivimos en nuestro país, aquellos sujetos cuya mayor participación podría generar un alivio a sus propios padecimientos, son quienes más cercenado tienen ese derecho.
La exclusión es vinculante con la discriminación. La discriminación comprende la pérdida de derechos. La “igualdad de derechos” frente a la “desigualdad de hecho”, constituye uno de los factores que desmoviliza a los excluidos sociales.
De hecho, en las últimas décadas, estamos inmersos en una pugna entre una visión “tecnocrática” de ciudadanía (que constituye a los sujetos en “víctimas”, “destinatarios”, “beneficiarios”) y una visión de ciudadanía como una construcción histórico-social, como expresión de derechos, de valores, de prácticas y representaciones, de lazos sociales.
A su vez, observamos una fuerte tendencia a la naturalización de la exclusión, que implica un deterioro del ser ciudadano.
Naturalización de la exclusión tanto surgida desde los “incluidos” como de los mismos excluidos, quienes, ante el corrimiento del Estado, ante la “desocupación”, ante la falta de “solidaridad”, ante la “falta de calidad en la práctica política” en los escenarios micro sociales (convertida en un puro “clientelismo político”), ante las necesidades de “subsistencia”, se someten a “planes” que inhabilitan sus derechos.
Naturalización de la exclusión en el marco de una sociedad marcada por incertidumbres, falta de convicciones, dificultad para construir un proyecto colectivo.
Una sociedad con lazos sociales deconstruídos, sin espacios “reales” de socialización.
Una sociedad de “malestar”.
Una sociedad en la que la drogadicción representa una de las expresiones de ese malestar.
Drogadicción y Ciudadanía.
La naturalización de la exclusión social (de la que hablaba hace unos minutos) comprende también a los sujetos consumidores de drogas.
Esta naturalización contiene diversas implicancias, una de ellas, es la construcción de “representaciones sociales” respecto de los drogadependientes; intentando establecer una peligrosa asimilación entre:
  • drogadicto – violencia
  • violencia – pobreza
  • pobreza – drogadicto
  • drogadicto – delito
Quienes estudiaron esta supuesta asimilación, no la relacionan “directamente”, “exclusivamente”, con una cuestión “económica”; sino también con la “degradación de valores” (tales como los vinculados a la solidaridad, al “ser-construir con otros” un proyecto común).
Con la “degradación de la palabra”.
Con la “degradación de espacios socializadores”.
Para los jóvenes de sectores más vulnerables, la calle, el grupo de “pares”, el tiempo vacío, se convierten en “espacios de referencia”. Espacios impregnados por el “inmediatismo”, el “coraje”, el “que me importa”, el “la vida no vale nada”.
Y son estos jóvenes los nacidos en la década del 80….que transitaron su adolescencia en la del 90.
Una parte de estos jóvenes, son los que hoy son “drogadictos”. Sujetos que, socialmente aparecen con una “ciudadanía recortada” (por eso son judicializados, penalizados, deslazados…)
Para “excluir a otro” hay que hacerlo “extraño”, “peligroso”, para ser susceptible de ser dominado, sometido.
Para sentirse “extraño”, “peligroso”, hay que aceptar una conciencia, una ciudadanía devaluada de sí mismo, desconociendo los propios aportes a una construcción colectiva.
No se trata que la “ciudadanía” sea otorgada a quienes la tienen “recortada”, “devaluada”…
Se trata de que esos derechos cercenados sean “resignificados”, sean “sentidos-reconocidos”, al “re-construir lazos sociales” al “hacer ver- reconocer” el proceso histórico-social de y con, cada sujeto/sujetos, al recuperar la historia desvastada, al tejer solidaridad, al tomar decisiones.
Y esta es una cuestión que a todos nosotros, desde cada espacio de intervención social, nos cabe preguntarnos:
-¿damos “valor” a su/s palabras, a su/s decisiones?, o las “tapamos”, priorizando “nuestra intervención”?
-¿nos preguntamos acerca de los “derechos” de los drogadictos/excluidos? O también los “cercenamos”?
Si tenemos una mirada del “drogadicto-excluido” como SUJETO HISTÓRICO-SOCIAL, ésta será captada, comprendida, habilitada, por ese/esos sujeto/s, con un “me escuchó, me dio la posibilidad de elegir, de ser, de crear, de decidir”.
Y esto es, nada más y nada menos, que “aportar” a la construcción de sujetos de derechos.
Bibliografía:
  • “Ensayos sobre ciudadanía” – Lic. Nora Aquín (compil.) – Editorial Espacio.
  • “La Intervención en lo Social” – Lic. Alfredo Carballeda – Editorial Paidós.
  • “Ciudadanía y Trabajo Social” – Lic. María Cristina Melano –
  • XIX Jornadas Nacionales de Trabajo Social – Mar del Plata.
  • “La lógica de la ciudadanía y la exclusión” – Lic. Ana Facal – MEDH.
  • “Intervención de Trabajo Social en situaciones de crisis. Posibilidades y límites” – Lic. Ana Biessy – Cuaderno Drogadicción y Sociedad – Editorial Espacio.


Datos sobre la autora:
* Ana Biessy
Lic. en Servicio Social

Adicciones: Una situación de compromiso. ¿Para quién?

Edición N° 48 - verano 2008

Adicciones: Una situación de compromiso. ¿Para quién?
Por:
Carina Stehlik 
(Datos sobre la autora)



Presentado en el XXIV Congreso Nacional de Trabajo Social. Mendoza. 2007
Armar un trabajo en adicciones no es tarea simple. El término en sí mismo acarrea con el imaginario colectivo y el conjunto de representaciones sociales que del mismo se desprenden: flagelo de la época, jóvenes perdidos, adicción – delincuencia, esto hace que “ningún discurso se sienta cómodo en el terreno de las adicciones “Lewkowicz.
Ahora, las adicciones pertenecen por derecho propio al campo inespecífico de los problemas sociales. Ya no se la considera como hace 50 años como un problema del individuo particular, hoy por el contrario representa un fenómeno social y como tal afecta e involucra a todos los actores sociales constitutivos de estos tiempos.
Desde la asistencia, la clínica, el problema adictivo desborda irremediablemente las capacidades de comprensión y de acción de las diversas disciplinas destinadas a trabajar en este campo. Esto implica que el trabajo interdisciplinario es una resultante casi obligada, como modo de intervención, más que una amplitud consensuada, elaborada y instituida entre las diferentes disciplinas que pueden formar parte de un equipo técnico. El agotamiento de las estrategias de intervención parcial o individual de cada disciplina han llevado a el pasaje de la omnipotencia (respuesta era única porque las causa también eran únicas) a la impotencia, para luego pensar que con el “saber del otro” quizás algo podamos hacer.
Este agotamiento de las estrategias de intervención, no son específicamente las de un equipo asistencial o de prevención particular. Al decir de Lewkowiccz es el Estado el que ha perdido los procedimientos efectivos que estén dentro de una dinámica social simbólicamente articulada.
Quiero significar que no existe un ordenamiento simbólico, una ley que como tal sirva de ordenador, hoy la caída del Estado como representativo de las necesidades reales de los sujetos (ciudadanos no, sino consumidores), la caída del nombre del padre como ley simbólica ordenadora del lazo social, nos lleva a que el problema de las adicciones no se resuelve con una ley que prohíba o con otra que despenalice, porque en estos tiempos postmodernos la ley no opera, porque se la trasgrede todo el tiempo.
Entonces el tema es, que trabajamos sobre los efectos, sobre el problema ya establecido, sobre el daño social ya instituido. No existe un a priori, que tome las profundas causas de la problemática de la sociedad actual y que pueda dar respuestas más estructurales.
Aún siendo concientes que desde los equipos asistenciales trabajamos sobre los efectos, la intervención en lo social dentro del campo de la drogadependencia requiere una inevitable mirada a la singularidad de la persona, lo que exige a su vez un mayor conocimiento del contexto, en tanto el problema puede ser considerado como un signo, una expresión del malestar, del desencanto en esta sociedad. Freud habla del malestar en la cultura, bien se pueden entender a las adicciones como un modo de expresión de tal malestar, de la opresión que esta sociedad ejerce y exige para formar parte, para ser incluido dentro de ella. Las drogas ingresan dentro de este amplio abanico de objetos que permiten silenciar el malestar y brindar goce absoluto y continuo.
El trabajador social desde la posición ética que adhiera frente a los sujetos, desde sus modos peculiares de intervención tiene la oportunidad y las herramientas de dar cuenta de este desencanto, de este malestar, siempre y cuando pueda observar e intervenir más allá de los aspectos empíricos de nuestra práctica profesional.
Una persona que consume sustancias, sea ella adicta o no, se encuentra atravesada por una condición histórica social. Condición que viene dada por las
características sociales que nos son iguales para todos (globalización, desregulación laboral, cultura postmoderna, economía neoliberal), pero el impacto particular en un sujeto de estas condiciones, las características familiares, el lugar que ocupa en la estructura social varían significativamente de una persona a otra y esto da significación a la razón por la que el consumo abusivo o la adicción pudieron instalarse en él y no en otro.
No se hace adicto el que quiere sino el que puede. De este modo podemos pensar a las adicciones como problemática del sujeto y la cultura y al pensarlas de esta forma nos colocamos en un lugar de ruptura con dos concepciones universalmente difundidas, obviamente por los sistemas de poder:
  • la concepción que las sitúa como problemática de la sustancia (si se combate la droga y su venta se termina el problema).
  • y la visión de homogenización de las causas y consecuencias del consumo como hechos generalizables, sino a todos, a la mayoría de los consumidores. (son perversos, son antisociales, son narcisos, buscan la muerte, y en el peor de los casos son delincuentes, etc.)
Es necesario poder interrogar a la temática de las adicciones, a los fundamentos epistemológicos, a los clínicos, a la cultura, a las instituciones, a las prácticas. Es, sin duda, una tarea ardua; ya que implica como primer medida estar dispuestos a cuestionar nuestras creencias con las cuales construimos nuestras prácticas y con las cuales nos acercamos a los sujetos. Desde la práctica misma, este cuestionamiento tiene como único objetivo aportar y revisar las diversas lecturas que realizamos de este modo tan particular que las personas en estos tiempos postmodernos han encontrado para manifestar su malestar, su desencanto en la sociedad y en la cultura .

Un modo posible de transitar estos interrogantes es partir de la base que toda práctica, entendida ésta desde la más puntual intervención hasta la constitución de una política social determinada, se encuentra atravesada por un discurso estructurante. “El discurso contribuye a construir realidades sociales, porque la palabra es un operador de transformación: transformador del mundo, de los otros y de sí mismo.....”.
Nos encontramos frente a discursos generadores de verdad. . La figura del adicto, más allá de las configuraciones médicas, jurídicas, psíquicas específicas, es una figura socialmente instituida. La adicción como fenómeno social no se entendía así hace medio siglo atrás; el consumo de sustancias es una práctica antigua, pero las miradas, la forma de conceptualizarla y abordarla es lo que ha variado a través del tiempo. La figura del adicto es de tipo psicosocial, implica que es efecto de prácticas sociales y que tal efecto es universalmente reconocible. Se encuentra reconocida, tipificada, es objeto de predicación y de cuidados sociales, en definitiva brinda una identidad capaz de soportar el enunciado de: soy adicto.
La adicción como categoría social, consolida un ser, le otorga consistencia. Es una suerte de congelamiento en una identificación. El adicto como sujeto consciente acepta pertenecer a tal clase social; cuando puede acepta, cuando no simplemente pertenece.
Al decir de Fabri “…por donde el discurso de la droga pasa la droga queda…”. Son los discursos moralistas, humanistas, médicos legales los que han ido trazando la figura psicosocial del “drogado” figura espectacular y escandalosa que nutre la imagen social de flagelo y de la exclusión, desde el discurso más peyorativo se los nombra “drogones” y con ese nombre responden, para luego aislarlos y en el mejor de los casos tratarlos , en hospitales o cárceles.
La ética de una práctica que pretenda acercarse a esta problemática no puede hacerlo desde un discurso expulsivo, moralista, intolerante. Si trabajamos pensando que lo hacemos frente a un toxicómano, un adicto, un alcohólico nos ubicamos del lado del estigma, del rótulo. Posición que nos aleja y a veces nos confronta con el sujeto que sufre, que busca en el tóxico ocupar un vacío, extraer una satisfacción que en el mismo momento que la logra la empieza a perder.
Al permitirnos pensar las adicciones sin tantos condicionamientos podemos acercarnos a dos ejes fundamentales:
  • La no masificación del problema
  • El énfasis en el sujeto.
Esta visión nos ubica frente a un complejo desafío, ofrecerle a una persona complicada con el consumo de sustancias algo que hasta el momento no desea recibir. No lo quiere o no lo desea porque aún no se ha planteado el consumo como algo problemático para ella, porque se encuentra cómoda en el circuito de satisfacción mortífera que le ofrece la droga.
El desafío es precisamente colocarnos en situación de compromiso, primero nosotros, cuestionándonos nuestras propias representaciones sociales para luego poder construir, con el otro la posibilidad de una demanda.
Lograr que una persona se posicione en situación de compromiso; con sí mismo, con su historia y especialmente con su futuro, es una tarea difícil para quienes trabajan en la problemática.
Que el sujeto pueda hacer algo, implicarse en algo es lo que lo constituye, antes que en adicto, en sujeto del inconsciente y por lo tanto en sujeto de derechos. Y como sujeto de derechos puedan integrarse a un sistema de protección, con igualdad de condiciones, pero también con responsabilidades que vayan más allá de las únicas responsabilidades reconocidas por este sistema “la de consumidor y la de contribuyente”.
En este sentido, el Trabajo Social como práctica cultural aporta desde el mundo de las significaciones, de la constelación de símbolos y formas culturales que se muestran en la vida cotidiana de los sujetos, una posibilidad de movilización, de desinhibición, de ruptura con los límites de exclusión que la segregación provoca.
De este modo se intenta significar en palabras la cotidianeidad de los sujetos, desde su contexto, su territorio. Pensar modalidades de intervención que representen canales comunicacionales y operativos que le permitan al adicto y su entorno, reconocer, al menos en parte, aquello que ese sujeto tiene, que porta como sujeto, pero que envuelto en una serie de construcciones históricas, políticas y sociales le impiden o le dificultan develar.
En el esfuerzo de acercar estos aspectos teóricos a una práctica concreta podemos pensar que el compromiso subjetivo que una persona pueda tener o no con una sustancia viene asociado inexorablemente a la dinámica de su vida cotidiana. Desde el área social, es posible evaluar ciertas variables que evidencien en qué grado la persona y su familia muestran cierta capacidad de adaptación activa a la realidad, o se encuentran inmovilizados por su historia y sus circunstancias:
  • Conciencia de los riesgos físicos y sociales que presenta el consumo de sustancias de alta toxicidad, la exposición en la vía pública, las dificultades de relación familiar, laboral, escolar, vecinal, etc.
  • Capacidad de restablecer ciertos vínculos familiares y/o afectivos que permitan integración y aceptación de determinados patrones de convivencia.-

  • Posibilidad de una reinserción social dada x la incorporación al área laboral, educativa, a normas sociales dadas por el contexto al que pertenece el sujeto.
  • Evidencia de ciertas formas de contención o sustento dadas por el conocimiento y resignificación de sus redes sociales, en un proceso de reestablecimiento de sus lazos sociales.

De estas variables pueden surgir ciertas áreas posibles de intervención que representen en parte, las incumbencias que le son propias al Trabajo Social en el tratamiento de esta compleja problemática:
  • Intervención desde y sobre la vida cotidiana del sujeto y en su relación con el macro contexto.
  • Reconstrucción histórico social del sujeto y su familia.
  • Articulación de conocimientos, espacios, saberes en vista de una intervención en red inter y extra institucional.
  • Abordar la conflictiva familiar que evidencie: no reconocimiento del problema, escaso compromiso de sus miembros, roles confusos y/o rigidizados, dificultad en los vínculos y en la comunicación, NBI.
  • Posibilidad de reinserción a determinadas áreas sociales: laboral, educativa, cultural, recreativas y capacitación, intentando su re-inscripción como sujeto de derechos, derechos negados o con alto grado de limitación de oportunidades en el desarrollo de su potencial.
  • Intervención en aquellas situaciones donde el sujeto por problemas sociales tales como: desempleo, violencia, problemas judiciales, conflictos con la ley, escasez de recursos, exposición a riesgos, ausencia de compromiso familiar, no puede dar cumplimiento al tratamiento en forma adecuada, o ni siquiera puede acercarse a un tratamiento porque desconoce cómo se lo puede ayudar.
Este trabajo, sin pretender ser ambicioso, ha intentado realizar un recorrido por las consideraciones histórico – sociales más significativas a la hora de hablar del problema de las adicciones, pretendiendo reflexionar sobre el compromiso que desde nuestras prácticas se desprende; compromiso que puede sinterizarse en pensar que, a todo nivel de intervención el desafío es no trabajar desde y para el status quo (adaptación del sujeto a un medio impuesto) sino para una emancipación del mismo, emancipación que va más allá de los recursos económicos que una persona y su familia puedan adquirir, sino la posición que libre y concientemente adopten frente a la vida, sin enjuiciamiento, sin exclusión.
BIBLIOGRAFIA
  • Carballeda, Alfredo J. “La intervención en lo social. Exclusión e integración en los nuevos escenarios sociales”. Paidós 2004.
  • Kameniecki, Mario. “Apuntes sobre la clínica en drogadependencia”. Compilación. Las drogas en el siglo......¿qué viene?.
  • Lewkowicz, Ignacio. “Subjetividad adictiva: un tipo psicosocial históricamente instituido”. AdiccJVE ediciones.2000.iones. Una clínica del malestar y la cultura. Compilación.
  • Freud, Sigmund. “Malestar en la cultura” 1929-1930.
  • Laurent, Eric. “Tres observaciones sobre las toxicomanías”. Compilación: Sujeto, goce y modernidad.
  • Melano, María Cristina. “Ciudadanía y Trabajo Social”. Temas para la agenda del tercer milenio.


Datos sobre la autora:
* Carina Stehlik
Trabajadora Social. Centro Preventivo Asistencial en Adicciones. 

La prevención inespecífica en el campo de la drogadicción

Edición N° 48 - verano 2008

La prevención inespecífica en el campo de la drogadicción
Por:
Lía Carla De Ieso
 * (Datos sobre la autora)



"Si se acepta lo existente y lo dado como lo que debe ser, no existe el horizonte utópico capaz de indicar el para qué, o lo que es lo mismo, que indique el futuro a construir, se arranca a los hombres el timón de la historia en cuanto a posibilidades de inventar un futuro diferente del presente. Y aunque parezca paradójico, lo pretendidamente neutro, adquiere un carácter ideológico y político a favor del mantenimiento del status quo".
Paulo Freire (1970)

Introducción
El presente trabajo es producto del seminario “La prevención inespecífica en el campo de la drogadicción” dictado por el campus virtual de Margen. En el mismo se ha abordado la problemática del uso indebido de drogas desde diferentes planos, desarrollando como eje principal la noción de prevención inespecífica, desde lo conceptual y también metodológico.
En una primera aproximación a la prevención inespecífica la podemos definir sintéticamente como aquellas acciones generales no relacionadas directamente con el fenómeno, que se dirigen a trabajar sobre las causas o factores que son los que originan o fomentan el problema de la drogadicción. Mientras que la prevención específica, que es a la que más acostumbrados estamos a reconocer y considerar prevención, se vincula directamente con el fenómeno y se la identifica con la información sobre los riesgos, con alertar sobre los daños de determinadas acciones, conductas, etc. en cuanto que favorecerían la aparición del problema, con brindar conocimientos para formar actitudes y generar hábitos de “vida sana”, entre otras acciones y objetivos.
Es importante destacar que la opción por una u otra forma de prevención se basa en una determinada concepción del “fenómeno”, en este caso la drogadicción (sus características, causas, significados sociales, entre otros 1); del contexto socio histórico en el que se presenta; y del ser humano, con sus límites y posibilidades.
Por lo tanto, en los desarrollos que se presentan a continuación se comenzará por intentar aproximarnos a algunas conceptualizaciones sobre las drogas y la drogadicción, para luego profundizar en relacionar esta problemática, y las nociones en torno a ella, con la función de disciplinamiento.
Posteriormente, se intenta presentar diversas estrategias para abordar la problemática que se presenten como superadoras de las tradicionalmente utilizadas y que respondan a las condiciones y necesidades de los sujetos en sus contextos locales. En este sentido se destaca la utilización de métodos etnográficos en la prevención de la drogadicción, profundizando en las estrategias de abordaje de la relación drogas- carga simbólica. Asimismo, se presentan herramientas de intervención relacionadas con la utilización de los medios audiovisuales y técnicas lúdico-expresivas. Relacionándolas especialmente con las posibilidades de construcción de identidades. Por último se presentan algunos elementos necesarios a tener en cuanta al momento de planificar programas de prevención inespecífica.
Se espera que el presente trabajo aporte elementos para repensar y problematizar las prácticas cotidianas de los operadores que trabajan, de modo directo o indirecto, en la temática de drogadicción. En este sentido, damos inicio al recorrido del desarrollo coincidiendo con que “el conocimiento no se transmite, el conocimiento se hace, se rehace a través de la acción transformadora de lo real y a través de la comprensión crítica de la transformación que se ha dado antes o que se puede dar mañana” (Freire, P.; 1985)
Deconstruyendo 2 y construyendo definiciones sobre las drogas y la drogadicción
… “el trabajo de interpretación obraría entonces como búsqueda de inteligibilidad para llegar a la comprensión de sí desde una modalidad básicamente crítica; pues su finalidad última es la de producir una des sedimentación, un desescombramiento de la habitualidad en nuestros tratos con el mundo, en procura de pensar nuevos modos de habitarlo” 
Carlos Emilio Gende (1999)


Ante todo para referirnos al tema drogas, partimos por considerar que las concepciones que existen sobre las mismas son múltiples y diversas, cambiando su connotación desde las distintas disciplinas, profesiones, sujetos… Asimismo en cada contexto social las drogas adquieren un significado propio desde las vivencias que se tienen en relación con la misma.
A su vez, en esta misma línea de ideas, se destaca que las drogas han adquirido significaciones distintas a lo largo de la historia y en los distintos espacios socio-culturales. Por lo tanto, arribar a una única definición se hace prácticamente imposible. Desde este lugar partimos por afirmar que solo podemos comprender acabadamente las concepciones que se tienen sobre las drogas y la drogadicción si las consideramos dentro del contexto histórico, social, cultural, económico en el cual emergen y se presentan.
Actualmente las ideas y nociones que circulan en la sociedad sobre estas problemáticas son múltiples y diversas, respondiendo a distintas interpretaciones e intereses diversos. Por ello es importante señalar que, debido a la multiplicidad de factores que intervienen en su aparición, la drogadicción se concibe indistintamente como problema; como enfermedad que compete al campo de la salud mental; como síntoma de una familia disfuncional, o bien, como fenómeno resultante de una sociedad compleja en su estructura y favorecedora para una minoría de sus integrantes, a expensas de individuos y grupos marginales que no tienen acceso a los servicios básicos de bienestar colectivo. En este sentido, se enfatiza que las dificultades que se plantean en el ámbito terapéutico de las adicciones son notables, puesto que no existe consenso sobre su conceptualización.
Consideramos pertinente mencionar a José Luis Rebellato (Tani; 2004), quien sostiene que la cultura es un texto ambiguo que integra saber y poder, que demanda una constante interpretación y aprendizaje y supone una negociación dialógica de sus significados a través del lenguaje.
Asímismo, sostiene que el lenguaje, que es el medio por el cual nos dirigimos y comunicamos con el otro, se ha convertido en la herramienta más eficaz encontrada por el pensamiento hegemónico a efectos de su consolidación en nuestros prácticas, desarrollándose relaciones de poder, que al instalar supuestas verdades en el imaginario colectivo influyen sobre las subjetividades, instalándose como formas de manipulación del otro. De este modo, la cultura occidental va imponiendo un determinado esquema de lectura del mundo que se reproduce en cada espacio local, adquiriendo características particulares en cada uno.

Por lo tanto, consideramos que como profesionales de lo social es indispensable ejercitar una permanente problematización y reflexión critica sobre las ideas asociadas a las drogas y la drogadicción que sustentan nuestros ejercicios profesionales, ya que en toda práctica se establece una relación dialéctica entre reflexión y acción 3, teoría y práctica, por lo que las nociones que tengamos sobre estas problemáticas determinan el modo de actuar ante las mismas. Es importante tener presente que el modo en que se defina y la construcción social que se haga del tema de las drogas va a determinar su modo de abordaje y los mecanismos que se pongan en juego para su control. Por lo tanto, cuanto más se investigue y reflexione sobre el tema mas claramente se podrá definir el marco referencial desde el cual intervenir y las consecuentes acciones a realizar.
Son estas premisas los móviles que me han llevado a realizar el curso en prevención inespecífica en drogadicción y a continuar en una búsqueda, que implica deconstrucción y construcción, de los significados en torno a las drogas y la drogadicción, que permitan llevar adelante prácticas acordes a las realidades de la población con la que se trabaja y constructoras de nuevos sentidos superadores.
Para presentar algunas conceptualizaciones a las que se ha arribado, parto por mencionar el significado tradicional de “Droga”, entendida como “sustancia que, introducida en el organismo vivo modifica una o varias de sus funcione”.Lo llamativo de esta definición es su carácter amplio, indefinido y ambiguo. Esto es así no sólo por la heterogeneidad de sus componentes (medicamentos y otras sustancias activas), sino que tal definición de lo que se entiende por droga posee una alta connotación social.
En este sentido, actualmente la sociedad percibe las drogas como lo prohibido, como lo desconocido y atemorizante, como lo nuevo e incontrolable, estrechamente relacionado con la delincuencia, el SIDA y por lo tanto con la estigmatización y marginalidad.
Al respecto, la socióloga y criminóloga Rosa del Olmo (en Martignoni, N.; 1998) señala: "Lo importante, por lo tanto, no parece ser ni la sustancia ni su definición, y mucho menos su capacidad o no de alterar de algún modo al ser humano, sino más bien el discurso que se construye en torno a ella. De ahí que se hable de la droga, y no de las drogas. Al agruparlas en una sola categoría se pueden confundir y separar en prohibidas o permitidas cuando sea conveniente. Ello permite además incluir en el mismo discurso no sólo las características de las sustancias, sino también las del actor -consumidor o traficante-, individuo que se convertirá en el discurso, en la expresión concreta y tangible del terror. Unas veces será la víctima y otras el victimario...".

Una vez realizadas estas aclaraciones, en esta búsqueda de saber algo sobre las drogas, consideramos pertinente partir por realizarnos preguntas centrando la atención en la idea de vínculo, y en este sentido formulamos ¿Qué es lo que busca ese sujeto en las droga como objeto? ¿Qué trata de conseguir? ¿Qué buscan los que fuman, beben o toman medicamentos calmantes, euforizantes, estimulantes o tranquilizantes? ¿Quieren que les procuren olvido, calma, energía, relajación o placer?... Quizás el analizar los vínculos que los sujetos y las sociedades en general establecen con las sustancias, nos permita arribar a una noción más acabada del tema de la drogadicción desde la perspectiva de lo social.
Intentado presentar algunas respuestas a estas preguntas podemos afirmar, en líneas generales, que una adicción puede ser definida como una relación o vinculación con una situación, cosa, objeto, particular de características de adhesividad, sumisión y dependencia que se va construyendo a lo largo del tiempo (es un proceso) y que se va instalando como modo de respuesta de un sujeto frente a las frustraciones, las perdidas, la falta de sentido, etc. A lo largo del tiempo esta forma de respuesta se va instalando como la “única posible” frente a situaciones de tensión o a diferentes necesidades, incluso de distracción, dejando a la persona atrapada en un círculo que se retroalimenta a sí mismo.
Estas nociones se comprenden acabadamente en las expresiones del Lic. Alberto Calabrese (en Martigoni, N.; 1998), quien afirma que un adicto es nada más y nada menos que una producción de la época que le toca vivir, y en este sentido menciona "(...) de las drogas, más allá de su catálogo biológico: estimulantes o alucinógenas, lo que importa es cuál es su significado en el contexto social y qué pone el que las consume sobre ellas, creyendo que con eso lo obtiene. Uno las buscarán para potenciarse intelectualmente, otros laboralmente, otros creativamente, otros sexualmente, etc. Lo que quieran poner en ella".
Y en este mismo sentido, el sociólogo Alain Ehrenberg (1994) afirma: "(...) lo que se denomina drogas está en el corazón mismo de la sensibilidad contemporánea y tiene que ver con una interrogación acerca del funcionamiento de las sociedades democráticas. En las sociedades no modernas, las drogas pertenecen a las medicinas y a los ritos, que permiten establecer relaciones con los dioses, con los muertos o revelar un destino. En las sociedades modernas, constituyen experiencias que producen y revelan simultáneamente los estilos de relaciones que el individuo mantiene consigo mismo y con el prójimo.
Más precisamente, las sustancias que alteran los estados de conciencia y las percepciones mentales son prácticas de multiplicación artificial de la individualidad, ya sea que inicien el conocimiento de otro mundo, aumenten las performances de cada uno, anestesien la angustia, favorezcan el intercambio social desinhibiendo o, a la inversa, desprendan del mundo común permitiendo encerrarse en sí mismo, en su refugio o infierno privado".

Por lo tanto, esto nos lleva a interrogarnos por las características de la época actual que lleva a que los sujetos tengan que recurrir a las sustancias en un intento último por encontrar sentidos, “llenar” su vida, pertenecer a “algo”, “encontrar alegría”, ocultar sus tristezas, frustraciones, temores, entre otros sentimientos. De este modo se puede afirmar que desde el lado de los consumidores su vulnerabilidad frente a la oferta creciente de drogas quizás deviene de la misma vulnerabilidad relacional en que se desenvuelven sus vidas y de la imposibilidad de construir proyectos que permitan afrontar las situaciones vitales.
De este modo, las drogas son partícipes de ciertas relaciones con el mundo y, a su vez, revelan los estilos de relaciones que el individuo mantiene consigo mismo y con el otro en un determinado contexto socio histórico. Por lo tanto, no son es si mismas productoras del “malestar social”, sino que dan cuenta de él.
Los mismos niños/as y adolescentes de los barrios populares en los que trabajo lo reconocen con una claridad sorprendente. Entre numerosos ejemplos, se mencionan algunos de los productos de un trabajo realizado con el cuento “El caballero de la armadura oxidada” del autor Robert Fisher. Los/as integrantes de los grupos expresan la función de la armadura del caballero: “(la misma esconde)
Lo que no puedo demostrar: afectos, amor, problemas sentimentales. Se quiere ver bello para que lo miren porque se ve feo, se quiere ver malo, poderoso, más que nadie, no quiere mostrar su persona” “(la usa) Por vergüenza, por miedo a que lo rechace la sociedad, para protegerse, por defecto físico, por timidez, por tristeza interna, para guardar recuerdos malos de su pasado, para no mostrar su verdadera personalidad”. Las relaciones entre esta armadura y las drogas también son reconocidas por ellos/as mismos/as, vinculándolas a las historias de vida de cada uno/a y las características del contexto en el que viven.

Las correspondencias que se pueden establecer con la drogadicción y nuestra época actual son contundentes, por lo tanto se considera para concluir esta breve presentación, se menciona nuevamente que no es posible comprender la problemática de la drogadicción aislada de las características de nuestra época actual y de las dinámicas propias de cada espacio local en el cual esta se presenta. Por lo tanto, es preciso que nos apropiemos, en primer lugar, de un marco conceptual que se constituya en el eje teórico que guíe nuestras acciones. Por otro lado, debemos colocar el énfasis en las diferentes lecturas que los sujetos efectúan en relación a la problemática y en cómo es que se presenta la misma en la comunidad, grupo, familia, etc.
Y volvemos a reiterar que según sea la percepción social, el conocimiento y los estereotipos en torno al fenómeno de las drogas que posea tanto el profesional, cierto grupo y la comunidad en la que trabajamos, así serán los componentes que determinarán nuestras posibilidades y formas de actuación. Por lo tanto, se concibe que las definiciones son útiles a condición de que no se conviertan en fórmulas únicas y fáciles y, por el contrario, permitan abrir el pensamiento a la recreación, partiendo de las experiencias concretas en contextos determinados.
Se considera que en el campo de las adicciones, esta revisión de conceptos y discursos que sustentan las prácticas es compleja, debido a los múltiples aspectos a tener en cuenta. Sin embargo, se sostiene que el Trabajo Social posee las posibilidades de propiciar instancias teóricas superadoras que contribuyan con la actualización y resignificación de los conceptos y nociones que guían las prácticas, programas, planes y políticas sociales. Y ésta no es solo una posibilidad, sino una responsabilidad que deviene del fin último de transformación social que se plantea la profesión.
Drogadicción, disciplinamiento y dominación
¿No es la forma suprema y más insidiosa de ejercer poder (de cualquier grado) prevenir que la gente "vea las injusticias" a través de la conformación de sus percepciones, conocimientos, y preferencias en tal sentido que acepten su rol en el orden existente de cosas, ya sea porque ellos pueden no ver otra alternativa, o porque ellos ven este orden como natural e incambiable, o porque ellos lo evalúan como orden divina y beneficiosa? (...) Lo que se tiene aquí es un conflicto latente entre los intereses de aquellos que ejercen el poder y los intereses de los excluidos”
Maria Teresa Sirvent (1998)


Como venimos mencionando todas nuestras acciones implican y realimentan una determinada concepción de la realidad, los sujetos, y la problemática, en este caso la drogadicción. En este sentido, nuestras prácticas en prevención pueden responder a diversas interpretaciones de la problemática y a la vez contribuyen a construir determinadas representaciones sobre ésta y sobre los sujetos afectados por la misma.
Asimismo, como hemos presentado, se visualiza que la percepción social sobre las drogas varía históricamente y responde más a condicionantes de tipo socio-político que a modificaciones sustanciales en los patrones epidemiológicos. Es decir, la sustancia en si misma no constituye el problema, sino que el mismo se configura en función de una serie de factores políticos, económicos, sociales y culturales.
Muestra clara de esto es el hecho de que las diferentes épocas muestran distintas elecciones de diferentes sustancias, lo cual no puede interpretarse sólo desde la lógica de la oferta y la demanda, sino más bien desde la significación social de una u otra sustancia en el contexto de cada época. Asimismo, aquellas sustancias que en un determinado contexto socio histórico fueron prohibidas y condenadas, en otros eran sumamente aceptadas.

En este sentido, a través de las mismas acciones de prevención podemos contribuir a establecer patrones de disciplinamiento. En muchas ocasiones la drogadicción y los sujetos adictos se presentan desde la demonización de las drogas, lo que implicaría concebir que la sustancia ingresa en el organismo y corrompe el alma, corrompe la moral, corrompe la virtud, la conducta, hace cosas, y eso involucra una fuerte actividad que infiero que la sustancia tiene y, por lo tanto, una espectacular carga simbólica para estas sustancias. Es decir, desde esta perspectiva, estoy diciendo la sustancia “hace”, cuestión que está muy presente en nuestro imaginario social actual, con la idea de que la sustancia me hace adicto, por ejemplo o el alcohol me transforma en alcohólico.
Desde este lugar también se presenta la drogadicción como una enfermedad, concibiendo al sujeto que consume drogas ante todo como un enfermo, como categoría patológica, vinculada a las nociones de peligrosidad, delincuencia, promiscuidad y a prácticas asociadas con la desviación o la transgresión. Esto conduce necesariamente a reforzar los etiquetamientos a poblaciones y grupos a partir de nociones de sentido común, que funcionan como conformaciones culturales de hegemonía sin un compromiso por definir los fenómenos sociales aludidos, ni contextualizar dichas prácticas.
Por lo tanto, esto da cuenta de que la problemática de la drogadicción está sumamente “filtrada” por los discursos hegemónicos sobre la misma. Desde estos, en muchos casos, el usuario de drogas es visualizado socialmente como un ser peligroso que transgrede el sistema, como un enemigo de la seguridad pública. De este modo, una construcción de la cuestión de las drogas asociada a la transgresión de la ley excluye las responsabilidades de la propia comunidad y reduce las intervenciones a las meramente punitivas. Todo lo que se diga o se haga con las drogas y con los que las usan, está vinculado con la sanción penal, con la inseguridad y delincuencia.
Es así que si la sociedad percibe el uso de drogas como algo vinculado con la transgresión a la ley y con la juventud, van a aparecer fenómenos de estigmatización y se comienza a buscar sospechosos entre quienes consumen. Al respecto, Erving Goffman (2003) es muy preciso cuando señala que la sociedad organiza los medios para categorizar a las personas, ante las primeras apariencias que una persona pueda presentar nos preguntamos en qué categoría lo ubicamos. Ejemplo de esto: el drogadicto, el "falopero", el discapacitado, el haragán, etc.
En este sentido, el mismo autor plantea: "(...) Creemos, por definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana. Valiéndonos de este supuesto practicamos diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica, aunque a menudo sin pensarlo, sus posibilidades de vida. Construimos una teoría del estigma, una ideología para explicar su inferioridad y dar cuenta del peligro que representa esa persona, racionalizando a veces una animosidad que se basa en otras diferencias, como, por ejemplo, la de clase social (...)".

Por lo tanto, si a través de los intentos de prevención basados en estas concepciones, y especialmente desde los modelos modelo ético-jurídico y médico 4, lo que se hace es precisamente contribuir a estigmatizar a los sujetos usuarios de drogas, presentándolos como alguien o algo inferior y reduciendo, por lo tanto, precisamente sus posibilidades de acción, de desplegar sus potencialidades para superar la situación.
Al mismo tiempo, al estigmatizar a los consumidores se escinde la problemática del contexto en el cual está inserta. De este modo, la construcción del uso de drogas como problema social encuentra fundamento en diversos procesos económicos, políticos y culturales. Muchos análisis sobre el uso de drogas han eliminado su complejidad para reducirla, naturalizarla y circunscribirla a la interpretación jurídico-penal o psiquiatra. Asimismo, las prácticas profesionales de diferentes disciplinas reproducen estos saberes, lo que se expresa en estereotipos que contribuyen al desarrollo de procesos de estigmatización social de individuos y conjuntos sociales.
Se concibe que estos procesos se desarrollan desde mecanismos de poder que, al constituir las verdades en el imaginario colectivo, influyen sobre las subjetividades, presentándose como una forma de manipulación del otro y de negación de las situaciones sociales y económicas que producen la problemática. Por eso es necesario, desde la prevención, promover la emergencia de los distintos sujetos, nacidos de sus necesidades concretas. Por lo tanto, se considera preciso desarrollar acciones que tiendan a no estigmatizar, sino que consideren a las personas como actores con posibilidades de creación, de acción, de pensarse, definirse, encontrarse, proyectarse. Teniendo en cuenta la permanente interrelación entre los factores del contexto macro y micro social de cada sujeto, y a su vez su singularidad, que lo distingue y hace única a cada persona.
Partiendo de las significaciones de los mismos sujetos. La utilización de métodos etnográficos en la prevención de la drogadicción
Las ideas que son demasiado mías no me sirven para pensar” 
M. Merlau Ponty


Partimos por afirmar que la prevención de la drogadicción debe basarse en construir junto con los sujetos de los barrios en los que trabajamos las nociones sobre las drogas y la drogadicción, junto con concepciones sobre el mismo barrio, sobre sus vidas, proyectos, entre otras. Esto implica un proceso de conocimiento de los significados que los mismos le atribuyen a las sustancias y a las problemáticas que vivencian, y al mismo tiempo un proceso de decontrustrucción y reconstrucción sobre estas concepciones, las de ellos, las nuestras, y de este modo avanzar en conjunto hacia ideas superadoras desde una visión crítica de la realidad.
Estos planteos se relacionan con lo presentado anteriormente en cuanto a que la prevención puede dirigirse a consolidar formas de disciplinamiento; y al mismo tiempo a la consideración de que las ideologías de los sectores hegemónicos y dominantes son impuestas, a través de distintos mecanismos de poder, a los sujetos de las comunidades, de los distintos sectores sociales y espacios locales. En este sentido podemos afirmar, siguiendo a M. Teresa Sirvent (2004), que el hecho social es una estructura significante.
La base del hecho social es el significado que el sujeto va confiriendo a sus acciones, a las acciones de los demás y a las cosas. Esos significados se construyen socialmente, pero esta construcción no es “ingenua”, se entrama con las determinaciones sociales de una estructura de poder de clases sociales y de dominación social. De este modo, se concibe que el conocimiento siempre existe en formas culturales específicas y es allí donde queda determinado como un campo en el cual se construyen relaciones de poder bajo formas de saber y conocimiento.
De esta forma, la dominación se expresa en el campo del pensamiento, fundamentalmente a través de categorías, conceptos, significados, palabras, que usamos para describir e interpretar la realidad.

Es en relación con estos planteos que adquiere importancia la utilización de métodos etnográficos para trabajar en prevención de adicciones, ya que hacer etnografía 5 implica adentrarse en un grupo, aprender su lenguaje y costumbres para hacer adecuadas interpretaciones de los sucesos, teniendo en cuenta sus significados. No se trata de hacer una fotografía con los detalles externos, hay que ir más atrás y analizar los puntos de vista de los sujetos y las condiciones histórico-sociales en que se dan.
De este modo, el trabajo etnográfico, como cualquier otro trabajo de investigación, requiere de una elaboración teórica, de un análisis de conceptos que ayude a comprender la realidad, partiendo de cómo los mismos sujetos de las comunidades los significan. Asimismo, es interesante destacar que este método nos lleva a encontrar lo general en lo particular, mediante la captación de lo esencial que es lo universal, entendiendo que "Lo universal no es aquello que se repite muchas veces, sino lo que pertenece al ser en que se halla por esencia y necesariamente".
Consideramos que junto con las nociones de etnografía, otras corrientes de pensamiento e investigación pueden generar aportes interesantes en estos aspectos, como ser la Educación Popular y la Investigación Acción Participativa. Estas distintas corrientes se basan en considerar al otro como sujeto y no un mero objeto de conocimiento, en una reflexión que requiere imprescindiblemente tanto de la profundización del relevamiento empírico como especialmente de la agudización del esfuerzo interpretativo.
Asimismo, en estos planteos adquiere importancia la noción de pensar popular. Siguiendo la reflexión que realiza Aldo Ameigeiras (2002) el pensar popular es “un pensamiento predominantemente seminal que se explicita a través de múltiples significaciones, con un andamiaje racional y una lógica que constituyen un núcleo clave de la cultura de los sectores populares, desde donde se posibilita el acceso a la comprensión de una perspectiva y un posicionamiento diferente ante la vida”.
Asimismo, el autor reconoce una cultura popular donde las personas, atravesadas por la pobreza, generan permanentemente actitudes, estrategias de subsistencia, posicionamientos, comportamientos que les posibilitan enfrentar el día a día. La cultura, actúa así, como “principio organizador de la experiencia (…), a partir del posicionamiento en las redes de relaciones sociales constituyendo un sentido práctico de la vida” (Ameigeiras, A.; 2002).

Estas nociones adquieren especial significatividad considerando que si se intentan llevar adelante estrategias de prevención inespecífica en los barrios populares, que se aclara que no son los únicos ámbitos que están atravesados por esta problemática, las características de los mismos deben es cuidadosamente consideradas. Surge de este modo el barrio como un ámbito privilegiado de despliegue de las relaciones sociales donde develar ritos sociales y circuitos, códigos y lenguajes, roles y posicionamientos, prácticas y acontecimientos, pero fundamentalmente aproximarnos a una urdimbre simbólica que se despliega en lo microsocial pero que resulta atravesada plenamente por lo macrosocial.
El barrio se considera no sólo como un ámbito territorial sino básicamente como un espacio de prácticas sociales y simbólicas. Considerar la relevancia que adquiere el mismo como un territorio significativo donde los jóvenes ejercen la función de habitar, permite identificar necesidades, recursos, satisfactores y avanzar en la potenciación y articulación de los mismos.

Finalmente afirmamos, siguiendo a Jose Luis Rebellato (2005), que “el lenguaje, entendido como comunicación, es un eje central del pensamiento de Paulo Freire. Estoy pensando en el lenguaje en su sentido más profundo: apertura a los otros, diálogo, encuentro y compromiso (…) Sin lenguaje, sin comunicación y sin deseo no hay una transformación que involucre las estructuras y subjetividades”. Consideramos que estas premisas son fundamentales para llevar adelante un trabajo de prevención que, partiendo de las realidades de los espacios locales, puede generar alternativas transformadoras.
Drogas- carga simbólica: repensando algunas estrategias de abordaje
"... a la asistencia concreta del joven que consume drogas, debería sumarse una acción sistemática con el joven angustiado y perplejo por una vida a la que le cuesta encontrar un sentido y que además debe soportar desde <<la mirada de los otros>> ser incriminado como sospechoso". 
María Ester Chapp


Como se ha mencionado, en las tareas de prevención se destaca la importancia de analizar el sentido simbólico de lo que implica ser droga dependiente, de lo que implica ser familiar de un droga dependiente, lo cual plantea preguntas tanto a los profesionales y operadores de los social, como a los mismos sujetos que se encuentran en esa situación.
Esto nos conduce nuevamente a la noción presentada de “estigmatizado”, refiriéndonos a aquella persona que lleva a cuestas un estigma pero se esfuerza en sostener las mismas creencias de identidad que nosotros: que es un ser humano, una persona "normal" como cualquier otra, un individuo que merece una oportunidad para desempeñarse exitosamente. Un rasgo central que es común y vital para todo estigmatizado es la búsqueda de la aceptación, para lo cual él mismo debe realizar un gran esfuerzo de adaptación, puesto que tanto los “normales” como los estigmatizados organizan su vida evitando los contactos sociales mixtos.
Esta referencia ejemplifica lo que en lenguaje común podríamos denominar un "círculo vicioso": evitación-encuentros mixtos-evitación. Esta actitud social matiza la conducta estigmatizante, que a su vez se relaciona con los vocablos vicio, prejuicio y estereotipo. En la cultura latina es común que las adicciones se consideren un vicio. La palabra vicio, que deriva del latín vitium, implica una disposición habitual hacia el mal; significa inmoralidad, pecado, depravación en el gusto y más específicamente un desorden de la conducta que se manifiesta en el juego, en la vida sexual y en el uso de drogas.

De este modo, carente de la saludable interacción de una relación social cotidiana con los demás, la persona tiende a aislarse y puede volverse desconfiada, depresiva, hostil, ansiosa y desorganizada. Ser concientes de su inferioridad les genera un sentimiento crónico que le agrava e incrementa sus niveles de ansiedad. Asimismo, una de las posibles consecuencias de ser identificado como perteneciente a un grupo estigmatizado corresponde a la disminución de la autoestima; junto con efectos sobre los sentimientos de autoaceptación, valoración personal y respeto por sí mismo. Se reconoce que la autoestima es un componente esencial del funcionamiento psicológico, representa un elemento sobresaliente de la concepción personal sobre sí mismo, y está estrechamente relacionada con la satisfacción de la vida propia.
Por lo tanto, para abordar la relación drogas- carga simbólica es importante trabajar sobre sus efectos en estos puntos antes mencionados: autoaceptación, autoestima, valoración personal y respecto por sí mismo y por los demás. En este sentido el demostrar y demostrarse que puede hacer algo diferente, útil para si mismo y para los demás, algo de lo que sentirse orgulloso, se presentan como elementos importantes a tener en cuenta a fin de construir estrategias que posibiliten nuevas miradas sobre la problemática.
En este sentido, las producciones pueden ser diversas, desde hablar en un grupo delante de otros/as, escribir algo (cuento, frase, canción, etc.), crear una obra de teatro, títeres, etc., cocinar algo, ayudar a otros/as y sentirse ayudado, entre muchas otras posibilidades. Es característico del adolescente querer sentirse héroe; si se desarrolla esta potencialidad hacia actividades que promuevan una autovaloración positiva que se dirija hacia su bienestar, se considera que se está actuando en prevención de drogadicciones.

Asimismo, se sostiene que el trabajo de la relación drogas- carga simbólicas es un proceso lento, que requiere deconstruir muchos de los elementos presentes en la sociedad, y por lo tanto, en los mismos sujetos que presentan una adicción, sus familiares, amigos y demás miembros y organizaciones de los barrios, dentro de contextos más amplios. De este modo la relación droga-mal-delito-peligrosidad-camino errado, tiñe todos los ámbitos sociales, lo cual dificulta el abordaje de la problemática.
Por lo tanto, es preciso que los propios profesionales revisen sus concepciones permanentemente y desde aquí se dirijan a apropiarse de un marco conceptual que se constituya en el eje teórico que guíe las acciones. De este modo se afirma lo imprescindible de comenzar a trabajar nosotros mismos como profesionales.
Una pregunta podría ser ¿no sería conveniente analizar cuáles son nuestros prejuicios respecto a las drogas y de quienes las consumen para, de ese modo, poder trabajar de una manera más comprensiva los prejuicios que poseen los otros sujetos? ¿no sería conveniente estudiar en torno a cuáles pueden llegar a ser las repercusiones que las categorizaciones rígidas, los etiquetamientos y las metáforas impulsadas por varios de nuestros profesionales instauran en los sujetos? ¿Qué es lo que nos lleva como profesionales a adoptar un marco de explicación que se basa en la utilización de categorías rígidas y que, a su vez, tiende a homogeneizar a los sujetos? ¿el desconocimiento? ¿la insuficiencia de elementos teóricos? ¿la ausencia de una interacción más cercana y fluida con los sujetos?
Se considera que el preguntarse e intentar responderse estas preguntas es un primer paso, fundamental, para diseñar estrategias superadoras ante la problemática.

Los medios audiovisuales como herramientas en los programas de prevención inespecífica
Las prácticas compartidas de un ejercicio de poder cotidiano, realizadas en una sociedad alienada, deben promover la autenticidad y la capacidad de los sujetos para realizar sus potencialidades creativas como alternativa a las actitudes de frustración, de impotencia y de fracaso”
Paulo Freire (1985)


Se parte por considerar el rol que los medios masivos de comunicación tienen en la construcción de valores, deseos y normas necesarios para reproducir el sistema social, político y económico. Son los ojos, los oídos y las voces de la sociedad y tienen una gran influencia para determinar cómo se visualiza y se describe la misma. Asimismo, cuestionamos la idea de “comunicación”: los medios masivos monopolizan la palabra porque son sólo ellos quienes hablan, dejando sin posibilidades de respuesta y participación a las personas. En este sentido, podemos preguntarnos, ¿cómo presentan los medios masivos los problemas como la pobreza, el hambre y la desocupación, la drogadicción?, ¿cómo presentan las acciones de la población para enfrentarlos?, ¿qué es noticia para ellos?
La lógica de los medios masivos de comunicación, tiende a hacer invisible algunos de los problemas de la comunidad, porque no son considerados “noticia” o porque no “venden”; a la estigmatización, como una marca negativa sobre determinadas personas o grupos; y a la despolitización: apelando a la solidaridad despojada de todo análisis de las causas que generan la pobreza, el hambre, la desocupación, entre otras problemáticas.
De este modo, adquieren relevancia los aspectos temáticos, formales y estilísticos de los discursos dominantes 6 en la construcción del imaginario "adictivo", los cuales se expresan también en el discurso de los mismos sujetos drogodependientes.
Es así como, de la serie de discursos que conforman el imaginario de la adicción, el massmediático, soporte de muchas de las campañas de prevención, se caracteriza por incorporar enunciados provenientes de saberes disciplinares (médicos, psicológicos, sociológicos, y también jurídicos, policiales, etc), y transformarlos (por la operación misma de su apropiación y recontextualización) en discurso de la doxa u opinión. En esta operación, el discurso massmediático transfiere la garantía del saber científico al saber popular, legitimando dicho saber.

Estos distintos discursos "ajenos" (principalmente discursos médico-terapéuticos, jurídicos, represivos-policiales y de sentido común) que se presentan y que tienden a normativizar (a dar un sentido particular) a las adicciones, contribuyen a construir la misma subjetividad adictiva. Así, la imagen del sujeto adicto se conforma a partir de una serie de enunciados provenientes del "discurso ajeno" que se mezclan y confunden en distinto grado con el discurso autorial (que se podría también denominar propio).
Sin embargo, frente a su posibilidad de “comunicar masivamente”, los mismos pueden contribuir a llamar la atención, al público y a las personas más influyentes, sobre la vulneración de los derechos de muchos sujetos. Asimismo, tienen la posibilidad de alentar a los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil y los individuos a llevar a cabo cambios que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos. Los modos en que se transmiten los sucesos pueden estar impregnados de distintos intereses y sentidos que construyen las concepciones que socialmente se tengan sobre la problemática.
Se considera que una manera estratégica de llevar adelante un proyecto de prevención inespecífica en drogadicción es permitir que los mismos niños/as, jóvenes y/o adultos/as de los barrios cuenten sus propias historias, experiencias y visiones de la problemática, alentando su participación directa como creadores.
De este modo, se desarrollarían propuestas alternativas de construcción de formas de “dar voz” a los jóvenes de los barrios populares, revalorizando sus capacidades, experiencias, intereses y luchas cotidianas. Promoviendo la creación y realización de producciones propias, con eje en la construcción de experiencias que apunten a la recreación de nuevos discursos, propios y situados.

Como uno de los objetivo de esta utilización de los medios audiovisuales para la prevención inespecífica, se plantea ofrecer a los chicos y jóvenes un espacio donde los mismos puedan construir un mensaje distinto al de “ser un pibe chorro”, “ser un drogon”, “no servir para nada”, etc. que de cuenta de las situaciones por las que atraviesan a diario, poniéndose el eje en la importancia de la comunicación social y en los alcances que ésta puede ofrecer.
A este fin, se propone una “co- producción”, en la cual son los mismos sujetos los que se conforman como equipo realizador, mientras que el equipo de educadores desarrolla una tarea de acompañamiento, transferencia de herramientas, técnicas y orientación. Se procura que el grupo realizador afiance su identidad, su autoestima, dignidad, se autorrepresente social y culturalmente, tome conciencia de su situación, revise las representaciones sociales sobre las drogas y otras problemáticas, y entre éstas ejercite una mirada crítica de los discursos imperantes en los medios masivos 7.
Se considera que la prevención inespecífica debería tender a que cada sujeto pueda elaborar su propio discurso, que pueda tener voz, tener la palabra, poder decir, expresar/se. Entonces el trabajo no estaría centrado en imponer discursos, sino en promover que cada sujeto pueda elaborar el propio, en un proceso de encuentro consigo mismo, su identidad, proyectos, dificultades, alegrías…
Las acciones de prevención en drogadicción deberían tender a estimular la discusión, el diálogo, la reflexión, la participación y romper con los esquemas tradicionales de emisor-receptor imperantes. Se considera que esto es requisito fundamental para el despegue de toda acción genuina, es decir, para que a través de las interrelaciones entre los miembros de un grupo o comunidad se logre una estructura productiva de sentido que permita alcanzar nuevas configuraciones y acciones.

Volviendo a considerar el discurso massmediático y dominante, este no sólo establece qué es ser adicto, quienes lo son y por qué, sino también contribuye a definir qué es droga. Nuevamente se impone un discurso monológico que impide el distanciamiento necesario para una crítica y discusión de los supuestos que conforman el mundo de las adicciones. De este modo se oculta la promoción del consumo como valor en sí mismo, lo ilusorio de la necesareidad de una sustancia en particular. En este sentido sería conveniente establecer qué ideología favorecen los discursos actuales y sus correspondientes estereotipos. Todos parecieran favorecer la ignorancia y la confusión para silenciar la contradictoria historia de cada droga y de los condicionantes estructurales y político-económicos que producen esa conducta.
Ante esta situación, el desarrollo de espacios que promuevan la reflexión crítica sobre las actuales condiciones de vida, el desarrollo de lazos sociales de pertenencia, contención, construcción de identidad y sentidos de vida, la valoración de la propia vida y la definición de proyectos y valores propios, seria un modo de prevención para la drogadicción.
Se considera que ante esta realidad los medios audiovisuales representan una posibilidad para que niños y jóvenes que se encuentran en esta situación de “invisibilidad” puedan reconocerse y luchar por una sociedad que los reconozca como ciudadanos “iguales”. Además, son un medio para avanzar en reconocer y a hacer ejercicio de sus derechos. Asimismo se contempla la posibilidad de que estas producciones puedan ser transmitidas por medios masivos u otros medios que permitan transmitir estos mensajes de los sujetos a otros actores de la comunidad, ampliando los alcances de esta labor preventiva.
Prevención en drogadicción desde una perspectiva lúdico – expresiva
Cuentan que para los indios navajos la representación de Dios era un cuero estirado entre cuatro palos, con un tajo a cuchillo en el medio. Aquella herida en el cuero, era también el lugar por donde se filtraba la luz del sol. Como una pequeña puerta entreabierta…
Se considera que los recursos del juego y la creatividad son elementos valiosísimos para trabajar en la prevención de adicciones, que estando enmarcados en ciertos objetivos terapéuticos permite efectos multiplicadores en los sujetos. Por lo tanto, a continuación desarrollaremos las características de esta modalidad de intervención, destacando sus amplio y profundos aportes.
Partimos por considerar la persona como una unidad biológica, psicológica y social, lo que nos exige trabajar en el desarrollo de la salud física, emocional y mental sin olvidar que ese sujeto está inserto en un ámbito social y cultural, que puede favorecer u obstaculizar este desarrollo.
La conducta lúdica y creativa es empleada como recurso en tanto configura un lenguaje rico y cargado de significación. En los espacios de juego se busca que los diferentes miembros del grupo se conecten con sus emociones a partir de la vivencia. Se considera que un primero paso en la prevención es el reconocimiento de nuestras propias emociones.
Posteriormente cuando el juego llega a su fin, un encuadre permite a los participantes vincular la vivencia personal con las emociones a ella enlazadas en un proceso de reflexión que permita vincularlas con sus vivencias cotidianas. Esta integración le permitirá a cada “jugador” descubrir necesidades, dificultades y logros para la adquisición de nuevas respuestas operando en este “des-cubrimiento” cambios de fuerte significación.

Estos procesos son sumamente valiosos para abordar la problemática de la adicción, estrechamente vinculada con “lo no dicho”, con lo oculto, con la búsqueda de “salidas” ante un malestar provocado por múltiples factores. En este sentido, la conducta lúdica favorece el cambio de actitudes mediante la búsqueda y utilización de múltiples canales de comunicación en el cual se alternan y comparten roles. Los estereotipos, los roles fijos, no son más que defensas, máscaras que utilizamos para sentirnos más seguros. Pero esta armadura rígida que colocamos en nuestro cuerpo y nuestra vida emotiva, es inmensamente peligrosa y frágil.
Se busca que en el espacio lúdico y creativo, los participantes encuentran el marco adecuado para canalizar y elaborar necesidades, impulsos; explorando y descubriendo nuevas alternativas para accionar y vincularse, distintas a aquellas que se establecen mediante las drogas y que se configuran como modo de legitimación e integración en algunos grupos.
Desde este lugar se plantea que la creatividad no es un lujo, sino que la misma constituye una ‘urgencia’ para transformar las lecturas sobre la realidad, las ideas y, fundamentalmente, una acción en la vida cotidiana para resignificar lo humano. De este modo, el arte amplia nuestra visión y comprensión de la realidad, dotándola de nuevos modos de inteligibilidad. Como sostiene Inés Moreno (2005) “el arte sensibiliza, permite compartir con otros el dolor, la temporalidad, la fiesta, la muerte, la incertidumbre, que constituyen sensaciones y emociones básicas del alma, promueve un ámbito intersubjetivo para comprender al otro, que vive angustias y alegrías, tan humanas como las propias”
En este sentido, la actividad artística, vista como recurso y medio de la enseñanza-aprendizaje, es potencialmente capaz de desarrollar el pensamiento divergente, visto como aquel que permite generar y articular alternativas para resolver los desafíos hacia la transformación personal y colectiva. A su vez, puede afirmarse que el juego estimula la fluidez, la flexibilidad, la creatividad y el cambio, a partir del permiso que da para probar y equivocarse.
Asimismo, el juego, el arte y la acción cultural, como procesos transformadores y educativos, están íntimamente ligados a la construcción de identidad y sentido social. De este modo nos adentramos al tema de la identidad, ya que se considera que el mismo emerge como un eje central en la temática de la drogadicción.
Drogas- identidad: ¿Cómo promover alternativas superadoras?
Esta identidad, <<soy un drogadicto, soy un ‘tóxico’>>, expresa más una estasis que un éxtasis. Es la insignia indicatoria de un naufragio de la subjetividad, de una última tentativa de decir <<yo>> en el lugar mismo de un pronombre de indistinción”
Jacques Hassoun


Ante todo se destaca que el trabajo con respecto a la identidad es de suma importancia en la prevención inespecífica de la drogadicción. Se considera que la cuestión de las drogas se relaciona con que las mismas afectan especialmente a aquellos individuos que carecen de un desarrollo de materiales culturales y simbólicos que les permita crear una identidad o “alimentar una interioridad”.
Se parte por considerar la identidad como “autocomprensión de si mismo y de los otros dentro de un espacio social determinado. La identidad se construye junto “con”, “al lado de” otros, condicionados tanto por factores estructurales, como por la historia en particular. Así, se concibe la identidad como construcción social, permanentemente redefinida en el marco de una relación dialógica con el otro. Como sostiene Leonor Arfuch (2002) “La identidad sería no un conjunto de cualidades predeterminadas (raza, color, sexo, clase, cultura, nacionalidad, etc.) sino una construcción nunca acabada”.
Por lo tanto, para abordar este aspecto en un proceso preventivo se sugiere, trabajar con los sujetos las temáticas: Yo soy: la visión que cada uno tiene de uno mismo, el reconocimiento de las características personales, del propio cuerpo, de las emociones, de los gustos, enfatizando las capacidades y potencialidades y los aspectos a mejorar. Yo estoy: enfatizando la relación con otros, familiares, amigos, vecinos, etc. Yo puedo: reconocer capacidades y posibilidades, recursos y habilidades. Yo quiero: trabajar los proyectos a corto, mediano y largo plazo, promover sentido de vida y deseo de vida.
Se considera que estos aspectos pueden ser trabajados en grupos específicos para prevención de adicciones, como en otros grupos que a partir de brindar pertenencia le permita reconocerse como sujetos con posibilidades y potencialidades de crear y transformar.
En este caso se concibe de gran importancia los grupos y actividades comunitarias, vinculadas con el deporte, el arte, la cultura. Se observa que en los barrios populares a los adolescentes se les hace muy difícil encontrar alternativas para utilizar el “tiempo libre” de una manera creativa y productiva. La “calle”, centrada en muchas ocasiones en la “diversión” de la droga, se presenta a simple vista para muchos como la única posibilidad de formar parte de un grupo y, en ocasiones, no ser discriminados/as por decir “no” a consumir drogas o alcohol.
Al respecto son muchos los/as adolescentes, especialmente, que manifiestan esta dificultad de ¿cómo decir que no? ¿Qué hago en mi casa todo el día? ¿Por qué duermo tanto?, entre otras muchas. Entonces se plantean algunas preguntas, también entre muchas otras: ¿Cómo fortalecernos como personas frente a las grandes desigualdades sociales? ¿Cómo encontrar puntos de referencia cuando los mismos se encuentran debilitados o vacíos de contenidos?, ¿Cómo construir esperanza cuando lo que impera es la desesperanza?

Rosanvallon y Fitoussi (en Martigoni, N.; 1998) opinan que frente al temor y al desconcierto los individuos desean recuperar puntos de referencia, criterios de igualdad, ya que de ese modo les permitiría obtener mayor cohesión y poder. Las opciones imperantes para obtener este reconocimiento y punto de referencia son marcadas también por el sistema excluyente. Al respecto son ilustradores los ejemplos que cita Graciela Touze “En una ciudad (Medellín, Colombia) que no ha pasado de ser un conglomerado urbano, las bandas se han constituido en el espacio de socialización de niños y jóvenes. Desde aquí se exige el reconocimiento social. No es la silencionsa "delincuencia profesional" sino el orgullo del protagonismo”.
Teniendo en cuenta estos elementos, se considera que las actividades de prevención deben centrarse en generar espacios en los cuales los jóvenes puedan tomar un rol activo como constructores de su propia identidad y avancen en repensar y redefinir su posición en la sociedad.
De esta forma adquiere relevancia los conceptos de autoconciencia y memoria, entendidos como la capacidad de verse y pensarse uno mismo como sujeto entre otros sujetos, dándonos una continuidad biográfica que al narrar nuestra historia implica una selección y recuerdo selectivo de los aspectos significativos con los que construimos nuestro mundo y a nosotros mismos, ya no únicamente a partir del discurso hegemónico e impuesto que dice quienes son o, mejor dicho, quienes “no son”. Dichos espacios deben presentar la posibilidad de que cada sujeto realice un “cambio de mirada, de enfoque” que parta de los propios sentimientos y de la concepción que tienen ellos mismos de su vida y entorno.

En dichos espacios, el trabajo en grupos de jóvenes provee la posibilidad de que los mismos realicen un proceso, en el cual a partir de el intercambio de ideas, experiencias, historias de vida, vivencias, avancen en construir sus propios producto, producciones, pensamientos, etc. en los cuales se representen cada uno como sujeto y como grupo. El trabajar junto con otros reflexionando sobre problemáticas comunes, posibilita que a nivel individual cada persona encuentre consigo mismo y que a la vez se reconozca dentro de un grupo de pertenencia. Por lo tanto, el sentido de pertenencia juega un papel fundamental para la identificación personal y colectiva y abre nuevas formas de vinculación con la comunidad a la que pertenecen los jóvenes.
Se reconoce que manifestarse, reconocerse, sentirse, pensarse, proyectar son cualidades que se consideran fundamentales y que técnicas lúdicas y del trabajo con la creatividad promueven y facilitan desarrollar.
Por lo tanto, los procesos de prevención deben constituirse en alternativas para la construcción de identidades, creando un espacio donde poder pensar y pensarse críticamente y a su vez proyectar la posibilidad de un futuro distinto. Este proceso es de suma relevancia, ya que los adolescentes y habitantes de los barrios reciben permanentemente un atributo desacreditador en las interacciones sociales. La discriminación de “los otros” apunta a su identidad, en la medida que los estigmatizan con un determinado rótulo, el sujeto va incorporando tales miradas.
El dialogo entre dos jóvenes, creado a modo de ficción en uno de los grupos de adolescentes en los que trabajo, da cuenta de este proceso:
“A: ¿Cómo estás tanto tiempo?
N: Acá mas o menos, porque he creado una persona en mi que no lo es ¿Cómo puedo hacer para cambiar?
A: Lo primero que nada empeza a hacerlo por vos mismo y empeza a mostrar la persona que realmente sos.
N: Pero me va a costar mucho porque hace tiempo que estoy con esto.
A: No importa el tiempo solo tenes que poner voluntad y empezar a creer en vos mismo”.
Algunos elementos a considerar en la planificación de programas de prevención inespecífica
Por eso, creo en una prevención que escuche, más que decir. Porque en la medida que escucha puede atender aquello que aparece denunciado por el consumo de drogas. En tanto “diga”, obturará la posibilidad de trabajar sobre lo que realmente importa”. Silvia Gianni (2001)
En función de todo lo desarrollado en este trabajo consideramos que son múltiples los conocimientos necesarios para aplicar un programa de prevención inespecífica en una población focalizada. Sin embargo es importante destacar ciertas características de los mismos. En este sentido se podrían mencionar que sean conocimientos contextualizados, que partiendo de lo local consideran las cuestiones estructurales de la actual “cuestión social”, que contemplan las diversas dimensiones de la problemática; que asimismo partan de lo que los propios sujetos dicen, interpretan, significan en función de sus vivencias cotidianas y saberes populares; que sean conocimientos construidos desde una mirada crítica, que problematicen los supuestos y prejuicios, que contemple la visión histórica de “las drogas”.
Por lo tanto, en principio, la intervención en prevención implica la necesidad de un mayor conocimiento del contexto, con una mirada más profunda a lo local. Como sostiene Alfredo Carballeda (1999) "En principio, implica preguntarse qué lugar ocupan las drogas en nuestra sociedad. A partir de allí surgen múltiples significaciones que se singularizan en diferentes situaciones. (…) Una "intervención preventiva" debería apuntar a esas cuestiones, siendo de esta forma una estrategia de tipo socio-comunitaria que debe interrogarse acerca de cada situación en particular, sea esta familiar, barrial, institucional, etc.”
Partimos por considerar que la prevención inespecífica se presenta, a nuestro juicio, como la más adecuada para trabajar con la población en general, esto es, se debería trabajar colocando el énfasis en aquellos aspectos que hacen al estilo de vida de los sujetos a los cuales nos dirigimos, más que colocar el énfasis en las sustancias o aspectos puntuales del consumo de drogas.
Esto significa que debemos partir por conocer el modo cómo los sujetos construyen su vida cotidiana, visualizar cómo son percibidas las características de las situaciones en las cuales se desenvuelven los sujetos de los barrios; ya que de no tener en cuenta todo esto corremos el alto riesgo de que las acciones preventivas sean mal encaradas, dado que se parte del punto de vista del operador social y no de la realidad misma de los sujetos. En este sentido, sostenemos que comprender el modo como la población visualiza la temática del consumo abusivo de drogas posibilitará generar propuestas de intervenciones preventivas construidas a partir del protagonismo de los grupos sociales a los que van dirigidas.
Asimismo, es importante señalar que estos conocimientos que se van construyendo deben estas guiados por preguntas claves como ¿para qué se interviene?, ¿cuál es el sentido de la intervención en tanto Prevención? De este modo se hace real la relación dialéctica entre reflexión y acción que debe estar presente en todo proceso de intervención.
De este modo, se considera que al tiempo que se va conociendo se está actuando y esta intervención en prevención de las adicciones se puede transformar en un mecanismo, dispositivo, que puede intentar hacer visible aquello que la crisis separó, pero también construyó. De esta forma, la intervención en prevención implica una interpelación, que puede interrogar a aquello que se presenta como problema, o como la naturalización de una situación.
Por lo tanto, este conocimiento se constituye en un primer paso para elaborar un programa de prevención inespecífica. En principio se hace necesario definir sobre qué sector se pretende intervenir, si; sobre la población en general, los adictos, los usuarios, etc., existiendo en la actualidad una gran variedad de posibilidades en tanto cada grupo. De igual forma, también es posible definir el nivel etario de la población objetivo, es decir, jóvenes, adultos, niños, etc, tratando, desde una perspectiva local, indagar acerca de la actitud de la comunidad frente al tema.
Como hemos mencionado, en función de la singularidad del tema, es importante definir las características de los grupos sobre los cuales se intervendrá. Las características de su territorialidad, la existencia de subgrupos, las formas de comprensión y explicación frente al tema, la influencia del mismo en la construcción de lazos sociales. A su vez, también es posible trabajar alrededor de la expresión local de la cultura de la integración, la percepción de la problemática de la drogadicción por diferentes grupos sociales y las posibilidades de construcción de consenso y regulaciones a nivel local.
Otra fuente de indagación pasa alrededor de la relación entre las sustancias y los usuarios de éstas, contemplando el lugar que ocupan las instituciones en la comunidad y la capacidad de contención de las mismas, refiriéndonos a instituciones de distintas áreas, tanto específica en el trabajo con adicciones, como otras que se constituyen como espacios de socialización y contención, o que deberían serlo.
A su vez, la perspectiva de mirada desde la Intervención en prevención de la drogadicción, implica indagar acerca de cómo el drogadependiente o el consumidor, o los jóvenes de los barrios construyen sociabilidad, y si a través de una relación de intercambios y reciprocidades a nivel grupal o desde la visión de la comunidad se está construyendo identidad, y en este sentido, qué tipo de identidades y en torno a qué se constituyen.
Sintéticamente podemos afirmar que la prevención inespecífica dentro del campo de la drogadicción, es de alguna manera la expresión de la necesidad de acceder a mayores niveles de compresión y explicación desde una perspectiva comunitaria, que intenta dar cuenta de las propias circunstancias de cada espacio donde se pretende intervenir. En este sentido, la misma se presenta como un mecanismo complejo, que intenta ajustarse a lo heterogéneo y singular, es decir partiendo desde las características propias de cada lugar, en tanto espacio microsocial.
Considerando entones que la prevención puede ser entendida, no como un "mensaje" que se debe multiplicar, sino como una" intervención" en diferentes espacios sociales, se plantea que a partir de las propias características sociales y culturales del la población sobre la que se quiere actuar, es necesario desarrollar diferentes estrategias singularizadas que responden a los objetivos planteados en función de cada contexto. Por lo tanto, a medida que vamos conociendo iremos definiendo el sobre qué de la intervención, y el para qué de la misma, es decir los objetivos que guiaran las estrategias seleccionadas.
Las estrategias que se planteen desde una "intervención preventiva", deben privilegiar intentar resolver en espacios, si se quiere microsociales, los efectos de las fragmentaciones que nuestra sociedad sufre y las diferentes expresiones del malestar. En este sentido prevenir, implica actuar en función de intentar articular lo fragmentado, a través de diferentes formas de intervención, barrial, comunitaria, familiar, institucional, etc.
De esta manera, muchas de las acciones que se vienen llevando adelante desde distintas esferas, en lo comunitario, barrial, etc, implican modalidades indirectas de prevención que tienen un efecto relevante, tanto, en la problemática de las adicciones, como así también en otras cuestiones. Aquí se puede pensar en aquellas iniciativas para el fomento de actividades deportivas, culturales, artísticas, aquellas iniciativas que estimulan la participación en tareas grupales, el desarrollo de la creatividad. Se puede pensar en programas de desarrollo comunitario, inserción de los sujetos en el mundo laboral, en programas centrados en la adolescencia y sus necesidades, etc.

De este modo, las nuevas modalidades de intervención desde la prevención, requieren quitar el protagonismo del tema a la sustancia "droga", corriéndose éste hacia los factores que generan la drogadicción. Así es posible desarrollar acciones de prevención y tratamiento que, en este contexto, pueden ser útiles en la medida que se direccionen a intentar amalgamar aquello que la propia civilización fragmentó, buscando nuevos sentidos, en lo micro social, en lo cotidiano y en la cultura.
Por lo tanto, se considera que tanto en la elaboración de un programa de prevención inespecífica, como en su implementación y evaluación es de fundamental importancia la participación activa de los sujetos de las comunidades. De este modo se estará construyendo un “proyecto con” los otros, en el cual el ser humano es concebido como un ser activo, capaz de satisfacer sus necesidades a través de proyectos que incluyan la cooperación entre las personas.
Desde la prevención inespecífica se concibe que la práctica puede llegar a ser más eficaz en la medida en que los sujetos participen en la programación y ejecución de las acciones preventivas. No podemos olvidar que esos sujetos son portadores de historias de vida, las cuales debemos tratar de decodificar, esto significa que debemos dejar a un lado las normas y direccionar nuestra escucha y nuestra mirada en pos de poder comprender y explicar cada situación en particular, tratando de reconstruir y reconstruir, junto con los sujetos, otras nuevas formas de “leer” el mundo y de “habitarlo”.
Conclusiones
En las reflexiones presentadas se ha procurado abrir las posibilidades de cuestionamiento de las tradicionales y dominantes conceptualizaciones sobre las drogas y drogadicción y sus modos de abordaje, posibilitando pensar en estrategias superadoras, acordes al contexto actual. En este sentido consideramos que desde nuestro rol de profesionales, “las situaciones de necesidad y urgencia de la gente deben ser el disparador que posibilite desplegar nuestra sensibilidad y creatividad en la búsqueda de propuestas” (Melano, C.; 2001). De este modo, adquiere significativa importancia, como parte de las habilidades a desarrollar por los trabajadores sociales, la creatividad en la búsqueda de alternativas superadoras e innovadoras para dar respuesta a los problemas que se presentan en una sociedad cada vez más compleja.
En este contexto de trabajo, consideramos que el espacio profesional, como conjunto de posibilidades de acción del trabajador social u operadores sociales, es un espacio dinámico, configurado históricamente que se construye teniendo en cuenta las coyunturas y se relaciona estrechamente con las capacidades desarrolladas por los mismos profesionales. Por lo tanto, se destaca que, ante un sistema hegemónico excluyente que se impone vorazmente, se plantea la necesidad de seguir inventando y recreando espacios desde donde los diversos sujetos involucrados puedan “reconstruir esperanza” y promover en los sujetos el derecho a tener sentido de por qué vivir, derecho a desear vivir y ser felices.
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NOTAS
1 “Pero si en principio, intentamos reconocer el origen de los problemas, es posible que sepamos con más claridad qué hacer, de ahí que se haga necesario interrogarnos acerca del por qué de la drogadicción. Tal vez preguntándonos en principio; si la drogadicción es una elección, o en definitiva un producto de la época que vivimos”.
2 “ La deconstrucción es una estrategia que permite desmontar imaginarios y tener la posibilidad de identificar las fisuras, las grietas, de las propuestas y sus desarrollos en todo el aparato de saber y de poder en torno al cual se ha montado en la academia, en las ONGs, en los grupos comunitarios y en las organizaciones populares. Es indispensable impulsar la posibilidad de oír lo secundario con la misma fuerza y poder que oímos los discursos elaborados desde los centros de poder” (Cifuentes Gil, R.; 2002)
3 Paulo Freire (1985) menciona “o tra virtud es la de vivir intensamente la relación profunda entre la práctica y la teoría, no como yuxtaposición, como superposición, sino como unidad contradictoria. De tal manera que la práctica no sea subteoría, sino que no puede prescindir de la teoría. Hay que pensar la práctica para, teóricamente, poder mejorar la práctica. Hacer esto demanda una fantástica seriedad, una gran rigurosidad (y no superficialidad), estudio, creación de una seria disciplina. Esta cuestión de pensar que todo lo que sea teórico es malo, es algo absurdo, es absolutamente falso. Hay que luchar contra esta afirmación, no hay que negar el papel fundamental de la teoría. Sin embargo, la teoría deja de tener cualquier repercusión sino hay una práctica que motive la teoría.
4 Tanto el modelo ético-jurídico como el médico-sanitario adoptan un enfoque en donde las sustancias adquieren un papel predominante. Desde el primer modelo se resaltan los efectos perjudiciales de las drogas estableciendo al mismo tiempo una distinción entre las drogas lícitas e ilícitas. El consumidor es visualizado como un delincuente de modo que esto genera un proceso de estigmatización a nivel moral y ético ya que se asocia a las drogas con la delincuencia. El modelo ético-jurídico posee una visión individual, al igual que el modelo médico-sanitario, en el sentido que considera al sujeto que consume drogas como un ser vulnerable.
5 La etnografía es un término que se deriva de la antropología, puede considerarse también como un método de trabajo de ésta; se traduce etimológicamente como estudio de las etnias y significa el análisis del modo de vida de una raza o grupo de individuos, mediante la observación y descripción de lo que la gente hace, cómo se comportan y cómo interactúan entre sí, para describir sus creencias, valores, motivaciones, perspectivas y cómo éstos pueden variar en diferentes momentos y circunstancias; podríamos decir que describe las múltiples formas de vida de los seres humanos.
6 Rebellato considera que el lenguaje expresa relaciones políticas de apropiación de poder en el espacio social complejo que regula el Estado y sus instituciones, y que el análisis de las estructuras léxicas y sintácticas debe interpretar la diversidad de intereses ideológicos antagónicos que se expresan en las prácticas lingüísticas y los efectos de dominación que condicionan el comportamiento de los sujetos. En Rubén Tani “La práctica pedagógica crítica de José Luis Rebellato”, enero 2004.
7 Se destaca el proyecto “Cine en Movimiento”, el cual comienza en el año 2002 y tiene como objetivo acercar las herramientas del lenguaje audiovisual a los sectores populares para que éstos puedan crear su propio mensaje y de esta manera, convertirse en sujetos políticos productores de cultura.


Datos sobre la autora:
* Lía Carla De Ieso
Trabajadora Social