Escuela, curriculum, y prevención
del consumo
problemático de sustancias
psicoactivas.
Hacia escuelas
constructoras de culturas del cuidado
Por Prof. Lic. Federico Nantes.
http://issuu.com/federiconantes/docs/fn_escuela_y_culturas_del_cuidado/1
http://issuu.com/federiconantes/docs/fn_escuela_y_culturas_del_cuidado/1
Muy
recientemente, los días 25 y 26 de noviembre de 2014, se dieron cita en el
Ministerio de Educación equipos técnicos de todas las provincias de la
República Argentina, en lo que fueron las jornadas de conclusiones y cierre del
trabajo realizado durante el año, en el marco del Programa Nacional de Educación y Prevención
sobre las Adicciones y el Consumo Indebido de Drogas[1].
Específicamente, han estado trabajando en la elaboración de
Lineamientos Curriculares referidos a la prevención de adicciones, para ser
incorporados en todas las modalidades y niveles del sistema educativo a partir
del ciclo lectivo 2015. De esta manera, la prevención pasará a formar parte del
diseño curricular, cobrando obligatoriedad en la enseñanza.[2]
Frente a este hecho, que tal
vez resulte una noticia novedosa para muchos y muchas colegas docentes, pueden
surgir todo tipo de actitudes: Habrá entusiastas, y habrá escépticos; habrá
quienes den la bienvenida a un marco normativo que legitime prácticas
educativas que ya se llevan a cabo desde hace tiempo, y habrá quienes lamenten
que se siga sobredemandando a la escuela con funciones que no le competen. Y
sobre todo, seguramente surjan todo tipo de preguntas: ¿es pertinente incluir
esta temática en el curriculum? ¿en qué sentido? ¿la prevención de adicciones
tiene que ver con el rol de la escuela? ¿es parte de
lo de lo que la escuela debería y puede
enseñar? ¿qué eficiencia puede tener la enseñanza de aspectos
relacionados con las adicciones? ¿tiene valor preventivo el brindar información
sobre drogas? ¿hace falta ser especialista en la materia? ¿qué tipo de
capacitación específica haría falta para los y las docentes? ¿cómo hacer
prevención desde la escuela?
Los
consumos problemáticos y su prevención
La Ley Nacional 26.934, que crea el Plan
Integral para el Abordaje de los Consumos Problemáticos (Plan IACOP), los
define como “aquellos consumos que
—mediando o sin mediar sustancia alguna— afectan negativamente, en forma
crónica, la salud física o psíquica del sujeto, y/o las relaciones sociales.
Los consumos problemáticos pueden manifestarse como adicciones o abusos al
alcohol, tabaco, drogas psicotrópicas —legales o ilegales— o producidos por
ciertas conductas compulsivas de los sujetos hacia el juego, las nuevas
tecnologías, la alimentación, las compras o cualquier otro consumo que sea
diagnosticado compulsivo por un profesional de la salud”.
Vale la pena detenerse en esta definición
para subrayar algunos aspectos:
·
Los consumos problemáticos pueden darse
mediando o no sustancia alguna.
·
Se prescinde de la legalidad o ilegalidad de
la sustancia, en caso de haberla.
·
Pueden manifestarse como adicción, o como
consumo abusivo (sea habitual o episódico).
·
Se caracterizan por afectar negativamente la
salud psico-física y/o las relaciones sociales.
Es decir, que el “problema” no está definido
por la sustancia (“droga”) sino que tiene que ver con una modalidad de relación
entre el sujeto y la sustancia (o con distintos objetos de consumo), en el
marco de un contexto histórico y social determinado. Se trata de un enfoque multidimensional,
que ubica lo “problemático” en esa complejidad, no en el objeto sino en la
relación.
Además, al prescindir en su definición de la
legalidad o ilegalidad de las sustancias, la cuestión del consumo problemático
sale del campo estrictamente jurídico-penal (que es lo que habilita la
criminalización y violencia institucional); y al ser planteada su
multidimensionalidad se sale del paradigma médico hegemónico que identifica y
trata trastornos de los sujetos individualmente considerados. Las adicciones,
así como los consumos problemáticos en general, son una problemática de salud
en términos colectivos que requiere ser abordada multidimensionalmente.
Así entendidos los consumos problemáticos,
cambia también el modelo de la prevención. Las formas clásicas de intervenir en la
prevención, como los discursos moralizantes sobre la “droga” y la pretensión de
generar miedo, han mostrado ser ineficaces (Carballeda: 2012), y muchas veces
incluso iatrogénicos por generar estigmatizaciones y prejuicios al transmitir pseudoinformación
(perdiendo de vista la condición de toda persona como sujeto de derechos, y
reforzando el padecimiento de quienes son usuarios de sustancias psicoactivas,
por considerarlos “enfermos” o “delincuentes”).
Una prevención coherente con los Derechos Humanos encontrará su eje en
la inclusión, y requiere ser pensada en términos colectivos. Desde este
enfoque, “prevenir” es tarea de todos y todas, y no cuestión de especialistas
en la materia. No requiere de conocimientos especiales sobre “sustancias”, sino
de vínculos entre personas y prácticas de cuidado. Permite a todos y cada uno/a
involucrarse, pensar, saber, hacerse cargo. Incentiva la acción colectiva, las
tramas de cuidado mutuo.
Si dejamos de entender a la salud como un imposible “estado de completo
bienestar” (que implica ausencia de malestar), para pasar a verla en términos
dinámicos como enfrentamiento saludable de los malestares, entonces “prevenir”
consumos problemáticos exigirá una comprensión acerca de cuáles son los
conflictos por los que una comunidad y los sujetos atraviesan y por qué. Tal
como propone Touzé (2005), “no concebimos
a la prevención como una actividad linealmente orientada a la búsqueda de un
efecto (reducción del uso de drogas) sino como un replanteo global desde el
cual el conjunto social encara la comprensión y resolución de sus problemas”.
Y dado que los consumos problemáticos pueden ser interpretados como
expresiones del malestar social, el abordaje comunitario es una estrategia
coherente con este enfoque: “La
intervención en lo social dentro del campo de la drogadicción requiere una
inevitable mirada a la singularidad, lo que exige a su vez un mayor
conocimiento del contexto”. (Carballeda: 2012)
La prevención así entendida
privilegiará el nivel de la inespecificidad,
que consiste en el fortalecimiento del entramado social, y de los proyectos de
vida en términos colectivos. Las redes preventivas, tramas de cuidado, las
oportunidades de educación, trabajo, deporte, cultura, son todos aspectos que
hacen a este nivel de la “prevención inespecífica”. Y únicamente sobre la base
de ella, tiene sentido hablar de “prevención específica”, entendida como
aquella directamente orientada a la temática del consumo problemático. Es
importante además señalar que la prevención específica puede ser abordada de
distintas maneras y responder a objetivos muy diferentes, y que una “prevención
específica” mal entendida puede ser no sólo inconducente, sino también
discriminatoria y estigmatizante[3]
El
rol de la escuela en la prevención
Ahora bien, una vez planteada la problemática, así como el enfoque adoptado
de la misma y de su prevención, podría formularse la pregunta de si corresponde
a la escuela hacer prevención de consumos problemáticos. ¿Tiene que ver con su
propio rol? ¿Se trata de una nueva responsabilidad atribuida supletoriamente a
la escuela? Plantear
la prevención de adicciones en la escuela puede contribuir a alimentar
malestares docentes, expresados en frases como “no fui preparado para esto” (Zelmanovich: 2014), o incluso hacer
pensar en el imposible “docente superman”
(Grimson y Tenti: 2014).
Es frecuente encontrar advertencias como la de Nuñez (2003), quien
advierte un exceso de acumulación de funciones en la escuela, lo cual a su
juicio es difícilmente compatible con “el
trabajo específico de transmisión de complejos patrimonios culturales”. La
autora propone que, para que la escuela pueda volver a re-centrar su función,
debería profundizarse el trabajo en red. Explica en ese sentido que “red no quiere decir traspaso de
responsabilidades, sino articulación de diversos niveles de responsabilidad
para llevar adelante tareas diferentes pero en una cierta relación de reenvío.
Otras instituciones, servicios y programas educativos, sociales, sanitarios,
psicoterapéuticos, pueden abordar las nuevas demandas emergentes, en el
entendido de que estas cuestiones son multidimensionales.”
Es necesario resaltar la importancia del trabajo en red, porque no se
trata de “hacer cargo” a la escuela de cuestiones que no le corresponden. Pero al
mismo tiempo es preciso reconocer que no es posible pensar la prevención sin la
escuela, coherentemente con el abordaje comunitario. Sólo la escuela no, pero
sin la escuela no es posible; y más aún, ella tiene un potencial privilegiado
en materia de prevención por ser un nudo fundamental del entramado social y por
su aporte al fortalecimiento de los proyectos de vida y la protección de
derechos a través de la enseñanza y el cuidado[4].
Planteamos que, lejos de ser algo reñido con “la transmisión de complejos
patrimonios culturales”, la
enseñanza y el cuidado se implican mutuamente. Pero para que esto sea así, es
preciso recomponer el lazo entre saberes y vínculos en los procesos de
aprendizaje (Finocchio: 2014). Esto es, no disociar transmisión de saber y
vínculo pedagógico[5],
habida cuenta del “papel estratégico,
central e ineludible que reviste el saber en la producción de subjetividades de
niños, jóvenes y adultos” (Zelmanovich: 2014).
El llamado a recuperar la ligazón entre saberes y vínculos en la cultura
escolar tiende a promover una cultura donde se enseña cuidando, y se cuida
enseñando.[6]
Lógicas
de consumo y cultura escolar
Nos encontramos en tiempos en que pareciera
que “el mercado y los medios guionizan la
vida de niños y jóvenes” (Dente y Brener: 2014). El mercado no sólo
comercializa “bienes y servicios”, sino que es un agente de socialización a
través de los modelos culturales que produce, y esto es independiente de la
capacidad de gasto y de las desigualdades económicas que determinan las
posibilidades de consumo.
Grimson y Tenti advierten que la acción de la
escuela se ve cada vez más debilitada por “el fortalecimiento del poder
formador de valores, gustos y hábitos que ejerce el sistema de producción y
difusión cultural del capitalismo contemporáneo, cuyas mercancías llegan, en
forma diferenciada, a toda la población. Basta pensar en la inculcación de
hábitos estéticos o alimentarios: ni la escuela ni la propia familia tienen el
poder de los medios masivos de comunicación para configurar el deseo y los
gustos de niños y adolescentes”. (2014: 116)
No es difícil advertir que hay aspectos de la
cultura del consumo que refuerzan las lógicas que luego operan en las
adicciones y consumos problemáticos en general. Por ejemplo, la suposición
de que existen soluciones mágicas e inmediatas frente a todo tipo de malestar y
conflicto, mediadas por algún tipo de consumo: medicamento, entretenimiento,
comida, lo que sea. Es ése el mismo mecanismo que opera conduciendo a consumos
más o menos compulsivos, justamente cuando no se pueden abordar ni tolerar las
distintas formas de malestar que son inherentes al vivir.
Llegado este punto, cabe preguntarse ¿es posible construir
una cultura escolar “contracultural” frente a la cultura imperante del consumo
y la inmediatez? ¿Una cultura más ligada a lógicas de cuidado que de consumo?
¿Una cultura escolar del cuidado, y por lo tanto preventiva en
relación a las problemáticas de consumo?
La pregunta nos vuelve de
lleno al largo debate, acerca del rol reproductivista o transformador de la
escuela. Pero el concepto mismo de cultura
escolar ya implica un posicionamiento en ese sentido: la cultura escolar puede
ser potencialmente contracultural en relación a su contexto. Subraya Finocchio
que la cultura escolar tiene un “carácter
productivo”, produce cultura día a día, y así es artífice de una suerte de
invención cotidiana de lo social. Muestra la autora cómo maestros y profesores,
a lo largo de la historia, han ido reescribiendo los saberes y prácticas escolares
que hacen a su vez a lo social. Y señala que
“en la base de esas reescrituras se encuentran las instituciones de formación
docente, las propias escuelas, los gremios, las familias, los medios de
comunicación, las empresas editoras, los centros de investigación, las
instancias de supervisión y el propio Estado educador” (Finocchio: 2014)
Hacia
culturas escolares del cuidado
Ante
la pregunta de si es posible “planificar la cultura”, o en este caso todas
aquellas experiencias que acontecerán en la escuela, como pretendiendo una
suerte de currículum prescripto omniabarcador, afirma Inés Dussel que “lo importante es reconocerlas como parte de la vida escolar, y poner en cuestión qué se enseña y qué se
aprende en las variadas experiencias que propone la escuela. Muchas de
ellas están por fuera de nuestra voluntad y capacidad de acción, pero otras
tantas sí pueden ser objeto de reflexión y de acción”. (Dussel: 2006)
Con
esa intención, de contribuir a la reflexión y acción sobre experiencias que sin
duda tienen el potencial de resultar preventivas en el ámbito escolar, se
proponen algunos aspectos a tener en cuenta:
Vínculo pedagógico. Una cultura escolar del cuidado supone
recuperar la ligazón entre saber y vínculo pedagógico, entre enseñanza y
cuidado. El cultivo de vínculos significativos, miradas atentas, escucha
efectiva. Educadores y educadoras se constituyen en agentes de prevención al
estar significativamente “presentes” entre los niños/as y jóvenes. Construyen
su legitimidad y autoridad a través de relaciones de respeto y confianza,
interesándose por las preocupaciones de los alumnos, mirándolos como personas
integrales porque saben que sus trayectos escolares están fuertemente
condicionados por las situaciones e intereses personales.
Protagonismo de niños y jóvenes. En una cultura
escolar del cuidado los estudiantes no son “objetos” de prevención sino sujetos
activos, partícipes y titulares de derechos. Se fomenta la expresión de los
modos de sentir, pensar y actuar de los niños/as y adolescentes en sus
diferentes lenguajes, potenciando las manifestaciones artísticas y promoviendo
diversas formas de integración lúdica, deportiva, artística y cultural.
Escuela como “lugar practicado”[7]. Una cultura escolar
del cuidado supone espacios habitables, donde da gusto estar, que generan
pertenencia, donde suceden encuentros.
Un lugar donde tienen cabida las singularidades, los “rostros” de cada uno y
cada una[8]. Un lugar inclusivo,
no estigmatizante, no expulsivo, poblado de diversidades.
Escuela en red. La cultura escolar del cuidado se sostiene
en entramados de vínculos hacia adentro y hacia afuera de la escuela: “Práctica
entre varios”[9]
hacia adentro, y apertura hacia el “afuera”, entendiendo el proyecto institucional
en relación con las organizaciones y actores del entorno, buscando establecer
intercambios permanentes y recíprocos que fortalezcan redes de prevención
comunitarias.
Estilo de gestión. La cultura escolar del cuidado se expresa en el modo en que se toman las
decisiones, en que se alcanzan acuerdos y se cumplen, en la forma en que se
reconocen, abordan, sostienen y resuelven los conflictos. Se pone de relieve lo
preventivo en la asignación de tiempos y recursos; se propician acuerdos
colectivos para favorecer e institucionalizar
especialmente aquellas iniciativas que hacen a la dinámica institucional
a favor de lo preventivo.
Proyectos preventivos escolares. La cultura escolar
del cuidado se plasma también en proyectos de prevención impulsados desde
espacios de participación, reflexión y acción, de manera que constituyen
experiencias grupales formativas. Se trata de acciones que contribuyen a evitar
situaciones de riesgo, fortalecer los factores de protección institucionales, y
generar tramas de cuidado entre pares y en la relación con los adultos.
Propuesta curricular. Es parte de una cultura escolar del
cuidado la inclusión de la prevención en sus contenidos curriculares, con
información confiable, clara, pertinente, y adecuada a las experiencias vitales
de los estudiantes. Con una “especificidad” bien entendida, considerando toda
la complejidad relacionada con el consumo problemático y su multicausalidad,
evitando la reproducción de mitos y prejuicios. Se busca formar para la vida desarrollando
experiencias significativas, cuestionando las lógicas de consumo en su sentido
más amplio y promoviendo alternativas que favorezcan proyectos de vida
saludables
Criterios
de actuación. La cultura escolar del cuidado implica tener
claridad en cuáles son las intervenciones educativas institucionales más
adecuadas frente a situaciones relacionadas con el consumo en la vida escolar. Este
punto está relacionado con el nivel de la “prevención secundaria”, cuando ya
han aparecido situaciones de consumo. Sería tema de otro artículo, pero cabe
señalar que a la escuela no le corresponde diagnosticar ni realizar
tratamientos, lo que no quita diseñar estrategias acordes a las distintas
situaciones que viven los estudiantes. Las escuelas tienen la
responsabilidad de darse estrategias de acompañamiento e intervención pedagógica
ante situaciones relacionadas con el consumo de sustancias, lo cual no se
confunde ni superpone con intervenciones psicológicas, sociales o sanitarias,
sino que es parte de la prevención integral y del resguardo del derecho a la
educación.
Conclusiones.
Imaginando otras relaciones entre la vida, la cultura y la educación.
Habiendo ya comprobado la ineficiencia de las “reformas desde los documentos”
(Ziegler 2008), así como el carácter “mestizo” de las culturas escolares como
fruto de hibridaciones y negociaciones, sería ingenuo pensar que por sí sola la
oficialización de Lineamientos Curriculares para la prevención podría llegar a
tener algún impacto real.
Por el contrario, será clave desde la gestión pública valorizar las
prácticas preventivas que ya existen, e incluso el valor preventivo de las
prácticas pedagógicas en sí mismas, para potenciar todo aquello que ya está; y
al mismo tiempo ofrecer mediaciones a los documentos a través de dispositivos
concretos que pongan en interacción y diálogo a la cultura empírica de las
prácticas escolares con la cultura promovida por la agenda
político-institucional[10].
En este sentido, no existen “recetas”
ni propuestas “enlatadas” válidas, sino el desafío de asumir un compromiso
colectivo en “imaginar
otras relaciones entre la vida, la cultura y la educación desde de los saberes
y las prácticas escolares de todos los días.” (Finocchio:
2014)
Bibliografía:
-
Carballeda
A. (2012). La intervención en lo social. Exclusión e integración en los nuevos
escenarios sociales. Buenos Aires: Paidós.
-
Cesca,
P. y Denkberg, A. (2014). “Los saberes de la política”. Clase 14. Diploma
Superior en “Currículum y prácticas escolares en contexto”. Buenos Aires.
FLACSO Virtual Argentina.
-
Dente,
L. y Brener G. (2014) “Hacia la producción de culturas docentes sensibles a las
culturas infantiles y juveniles”. Clase 5. Diploma Superior en “Currículum y
prácticas escolares en contexto”. Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
Dussel,
I. (2006). “El curriculum: aproximaciones para definir qué debe enseñar la
escuela hoy”. Proyecto Explora. Fascículo nº 7. Ministerio de Educación de la
Nación Argentina: Buenos Aires.
-
Escolano,
B. (2005). "Las culturas de la escuela en España. Tres cortes
historigráficos". Pro-Posicoes. V. 16, Nº1
-
Finocchio,
S. (2014). “Cultura escolar (o de cómo la escuela hace a lo social). Clase 21. Diploma
Superior en “Currículum y prácticas escolares en contexto”. Buenos Aires.
FLACSO Virtual Argentina.
-
Fumagalli,
L. (2014). “El curriculum como norma pública”. Clase 2. Diploma Superior en “Currículum
y prácticas escolares en contexto”. Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
Gamarnik,
C. (2014a). “La cultura popular: diferentes perspectivas teóricas, historia del
concepto y panorama actual”. Clase 7. Diploma Superior en “Currículum y
prácticas escolares en contexto”. Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
Gamarnik,
C. (2014b), “La cultura masiva, la cultura mediática y la escuela: vínculos,
cruces y posibilidades”. Clase 8. Diploma Superior en “Currículum y prácticas
escolares en contexto”. Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
García
Canclini, N. (2003). "Noticias recientes sobre la hibridación".
Revista Transcultural de Música (7).
-
Gonçalves
Vidal, D. (2007). Culturas escolares: entre la regulación y el cambio. Revista
Propuesta Educativa (28)
-
Gonçalves
Vidal, D. (2014), “Cultura escolar. Una herramienta teórica para explorar el
pasado y el presente de la escuela en su relación con la sociedad y la cultura”.
Clase 1. Diploma Superior en “Currículum y prácticas escolares en contexto”.
Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
Grimson,
A. (2014) “Diferentes sentidos de la noción de cultura. Los usos del concepto y
la cuestión de la cultura nacional”. Clase 6. Diploma Superior en “Currículum y
prácticas escolares en contexto”. Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
Grimson,
A. y Tenti Fanfani, E. (2014) Mitomanías de la educación argentina. Buenos
Aires: Siglo Veintiuno.
-
Menendez,
E. L. (2012) Sustancias consideradas adictivas: prohibición, reducción de daños
y reducción de riesgos. Revista Salud Colectiva (8).
-
Núñez,
V (2003). Los nuevos sentidos de la tarea de enseñar. Más allá de la dicotomía
'enseñar vs. asistir'. Revista Iberoamericana de Educación (33).
-
Touzé,
G (2005). Prevención de adicciones: un enfoque educativo. Buenos Aires:
Troquel.
-
Zelmanovich,
P (2014). “Los saberes en relación con las subjetividades de niños, jóvenes y
adultos”. Clase 19. Diploma Superior en “Currículum y prácticas escolares en
contexto”. Buenos Aires. FLACSO Virtual Argentina.
-
Ziegler,
S. (2008). "Los docentes y la política curricular argentina en los años
90" Cuadernos de Pesquisa, V. 38, Nº134
[1]
La
Ley Nacional 26.586/09 crea este Programa en el ámbito del Ministerio de
Educación, con responsabilidades concurrentes del Ministerio de Salud, la
Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, en coordinación con la
SEDRONAR o el organismo que tenga a su cargo las competencias en materia de
prevención de las adicciones. En lo que respecta a su autoridad de aplicación
establece que el Ministerio de Educación propondrá a las provincias dentro del
Consejo Federal de Educación los lineamientos curriculares mínimos del
Programa; asimismo que El Ministerio de Educación con el acuerdo del Consejo
Federal de Educación desarrollará los contenidos y el diseño de los programas.
[2]
“El
diseño curricular es una norma pública y en tanto tal constituye un instrumento
destinado a regular desde el Estado el carácter público de los propósitos y
contenidos de la enseñanza escolar.” (Fumagalli: 2014)
“El
currículum constituye un documento público que expresa acuerdos sociales
sobre lo que debe transmitirse a las nuevas generaciones en el espacio escolar.
Los acuerdos pueden ser más o menos consensuados, más amplios o más
restringidos, pero en cualquier caso tienen un carácter público que
trasciende lo que cada institución o docente puede resolver por sí mismo. (...)
busca organizar y regular lo que sucede en la escuela” (Dussel:
2006)
[3] Una prevención específica dentro del enfoque que estamos planteando, se
propondrá como objetivo interpelar hábitos y prácticas, en base a la reflexión
y acción sobre los múltiples factores que pueden llevar a que un consumo se
vuelva problemático. La especificidad no pasa por “hablar de la droga”, sino por
generar conocimiento sobre cómo es que se produce y puede evitar una “situación
problemática” de consumo. Dada la complejidad del problema, su prevención no
supone promover necesariamente la abstención, sino también la reducción de daños y riesgos, y
pautas de cuidado colectivo que es preciso desarrollar en relación al consumo. Lo
que se busca no es tanto “concientizar” sino fortalecer capacidades y prácticas
de cuidado frente al consumo, y sostener una presencia que impacte en las
condiciones de vida de los colectivos, grupos y sujetos. No hay un “mensaje
preventivo” entendido como algo lineal, de emisor a receptor (E à R), sino que la prevención se entiende en clave de producción conjunta de
saberes y prácticas a partir del diálogo, del encuentro. En todo caso, el
“mensaje” apunta a disparar reflexión y acción, a problematizar y actuar. El eje
está en lo propositivo, en los proyectos de vida personales y colectivos, ya no
en lo prohibitivo.
[4] Grimson y Tenti (2014: 181) abonan esta idea: “¡Cuántas veces hemos oído
decir que todos los problemas de una sociedad se resuelven con la educación!
(…) Muchas veces las sociedades sobredimensionan las posibilidades de la
educación, sin percibir que es una parte decisiva, pero una parte al fin, de un
todo. La educación no podrá modificar a la sociedad como un motor autónomo; en
cambio, es parte de procesos más complejos en los que cumple un rol crucial.”
[5] Se
trata de una relación mediada por producciones simbólicas. Explica Zelmanovich
(2014) que la producción de diálogos culturales –de los que deben ocuparse las
instituciones educativas– está estrechamente relacionada con los vínculos: “Es precisamente allí, en el corazón de esta
forma del malestar localizada en los lazos, en los vínculos, donde les
sugiero examinar la relación entre saber, sujeto y subjetividad,
entendiendo que uno de los retos de la educación radica en trabajar a favor de
los procesos de ligadura simbólica”.
Finocchio (2014) repara en lo mismo, citando a De Certeau afirma que “en las últimas décadas del siglo algo se
quebró: saberes y vínculos sociales se fracturaron en el interior de la
escuela” (De Certeau, 1999). Se concibe un maestro o profesor dedicado a
instruir mientras otros profesionales rodean a la escuela y comienzan a
ocuparse del vínculo con los alumnos.
[6]
Junto con este posicionamiento esgrimido, es
preciso recordar que existe un amplio marco normativo que sustenta la
responsabilidad de la escuela en esta materia, más allá de los Lineamientos
Curriculares de próxima aparición:
La Ley Nacional de Educación (N° 26.206)
incluye entre los fines y objetivos de la política educativa nacional garantizar la inclusión educativa a
través de políticas universales y de estrategias pedagógicas y de asignación de
recursos que otorguen prioridad a los sectores más desfavorecidos de la
sociedad, y promover valores y actitudes que fortalezcan las capacidades de las
personas para prevenir las adicciones y el uso indebido de drogas
El Plan Nacional de Educación Obligatoria y
Formación Docente 2012-2016 se propone entre sus líneas de acción para nivel
primario y secundario, tendientes a fortalecer las trayectorias escolares, la intensificación de las propuestas de
enseñanza para una nueva ciudadanía: construcción de ciudadanía, educación
sexual integral, educación y memoria, prevención del uso indebido de drogas.
El Plan IACOP (Ley Nº 26.934) Establece en
el art 19 las medidas que deberán tomarse para que las personas completen la escolaridad
obligatoria, y entre ellas ordena el fortalecimiento
de las capacidades docentes mediante capacitación específicamente dirigida a
comprender la problemática de los consumos problemáticos.
[7]
Dente y Brener: 2014.
[8] “Si se pudiera hablar del deseo de educar, plantea Hebe Tizio (2004), podría decirse que es lo opuesto a la homogeneización, que
es la atención a la particularidad de cada sujeto, a los avatares de su hacer
con la oferta educativa: cómo lo toma, la recrea, la transforma o la rechaza.
Es decir, el desafío radica en albergar
la singularidad de los sujetos: en vez de concebirla como un obstáculo,
pensarla como la razón principal del trabajo del educador. Esto requiere
ubicar las formas escolares que albergan un vínculo que atiende lo singular,
facilitándolo u obstaculizándolo” (Zelmanovich 2014)
[9]
Zelmanovich: 2014
[10]
Escolano: 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario