Por Débora Kantor (2010)
Artículo publicado en Revista La Tía nº 8, disponible en http://www.revistalatia.com.ar/archives/date/2010/08
Artículo publicado en Revista La Tía nº 8, disponible en http://www.revistalatia.com.ar/archives/date/2010/08
Desde que las ansias de gloria de un país hecho pelota se desvanecieron en un control antidoping, una expresión comunica sin equívocos la clausura sin retorno de la ilusión: “me (le, nos) cortaron las piernas”.
Increíblemente, años más tarde de aquella desazón, adolescentes y jóvenes de los márgenes, que cotidianamente renuevan como pueden sus ilusiones magulladas o capean la clausura del futuro a fuerza de doping sin control, adoptaron una muletilla (sic) de origen insondable: “corte”. Mientras sus congéneres de otros sectores sociales persisten en el uso del “tipo” y el “o sea”, mientras en otros ámbitos, a otras edades, se abusa del “digo” y el “a ver”… ellos dicen “corte”.
“Los deportes, los talleres, corte, todo eso nos gusta. A veces se arma bardo, corte que nos agarramos entre algunos, las pibas protestan, corte nos quieren echar, pero después está todo bien. A mi lo que más me gusta es el cine, corte, mirar pelis o filmar también… Corte el año pasado hicimos una buenísima”.
“Yo vengo acá, corte, y estoy bien, pero después cuando vuelvo por la calle me quiero morir, corte que no me da ganas de nada. En mi casa todos me bardean, me pegan, corte me hacen lavar los platos de todos mismo si no yo no comí. Corte así, todo el tiempo…”.
Cuando a través de programas under, conductores que se animan a las catacumbas de lo exótico y que saben sacar tajada de lo injusto se aproximan prácticas de adolescentes y jóvenes, muestran ya no tatuajes o piercings prolijos, “normales”, sino otro tipo hendiduras: incrustaciones revulsivas, escarsing, perforaciones incomprensibles, una amplia gama de prácticas en clave de arte cárnico, y pibes pobres con facas dispuestos a todo, o con instrumentos punzantes para marcarse la vida.
Cuando la noticia fresca gana la pantalla (“esto ocurre ahora”), la programación se interrumpe; entonces, en vivo y en directo: un caballo agoniza en medio de la calle y el adolescente que lo conducía en el carro cartonero es agredido por vecinos u ocasionales transeúntes que claman comprensión: “¡el caballo tiene derechos! ¡Dale de comer, desgraciado! ¡Pobre animal!. El pibe, visiblemente agobiado y sentado en cordón de la vereda, se toma la cabeza (¿o se tapa el rostro?) con las manos ajadas, el caballo muere, el movilero se indigna: “¡vamos a un corte!”.
Desde tiempos inmemoriales conocemos los cortes de manga y cortamos los víveres; siempre supimos, por otra parte, que más vale cortar por lo sano. Desde hace menos tiempo cortamos calles, rutas y puentes -o andamos cortando clavos si necesitamos cruzarlos- y convivimos con los cortes populares en las carnicerías.
Estos y otros tantos cortes existen para marcar límites, para tornar visible, para reclamar, para afirmar, para adornar, para aliviar, para atenuar desigualdades y fragilidades o para combatirlas, para poner palabra o para reemplazarla.
La adolescencia como corte
Decir adolescencia es decir tiempo de pasaje. “¿Qué es un tiempo de pasaje
–interroga Norma Barbagelatta-?. Es un corte entre dos tiempos. Un corte simbólico que en sí mismo es nada. Muchas culturas tratan la nada como las culturas tradicionales saben hacerlo: con un rito. Tal como se trata la nada que hay en el paso de un año al otro, de soltero a casado, de vivo a muerto… La nada es tratada con ritos que operan como puentes entre dos tiempos”.
Al no existir en nuestra cultura puente ritual para dicho corte, la nada es llenada con creaciones, símbolos y prácticas colectivas mediante las cuales adolescentes y jóvenes construyen identidad social y procesan el despegue de la cultura adulta.
Adolescencia y juventud pueden definirse en torno a las decisiones que, a diferencia de lo que acontece en la infancia, pueden y deben adoptar respecto de la propia vida. La vida actual y la vida por vivir. La vida que se altera de manera turbulenta porque es el tiempo de salir de lo conocido y de dar de baja lo anterior, no sin dolor, angustia, descubrimientos.
Al producirse la actualización de posibilidades que no existían en la infancia la nada se llena, además, de sentimientos de omnipotencia. “Pero la sensación de que todo lo pueden, de que todo es posible, viene acompañada de no soportar elegir y quedarse con una parte, debiendo perder algo de aquello que habían conquistado. La omnipotencia se acompaña, paradójicamente, de la pérdida de la omnipotencia fantástica del mundo infantil” (Barbagelatta).
Adolescencia y juventud remiten, como es sabido, a continuidad y ruptura, a inscripción y emancipación, a elecciones y decisiones.
El verbo “decidir” -resolver, elegir, determinar- deriva del verbo latino caedere, que significa cortar, dividir, separar. La etimología no explica pero a menudo sugiere… La posibilidad de resolver, de elegir, de determinar(se) aparece asociada a realizar un corte, a dividir y a separar(se).
“Psíquicamente –continúa Barbagelatta pensando la adolescencia- se trata de la entrada del mundo adulto en el cuerpo y, con ello, de un salto al abismo. El gran protagonista el cuerpo”.
La gestión del dolor
La adolescencia, en toda circunstancia confunde, entusiasma y duele. Duele descubrirse potente y vulnerable. Duele en el living confortable y en la vivienda precaria. Y el dolor a menudo toma cuerpo, se hace carne.
En el caso de muchos adolescentes y jóvenes -señala Graciela Frigerio- Las marcas y los cortes en el cuerpo devienen de la necesidad de provocarse un dolor agregado, tal vez porque resulta más soportable el dolor en el cuerpo que en el alma. La herida, al menos, es algo que puede ser mostrado, algo a lo que se puede poner palabra. Y remitiendo a D. Anzieu continúa: lo que era territorio se vuelve borde; donde hubo continuidad hay ruptura, interrupción de la superficie, alteración del envoltorio.
En un sentido similar analiza Cristina Corea la práctica colectiva, de banda, que consiste en marcarse –herirse- mutuamente hasta que se forma el queloide. Lastimarse para sentir algo, de eso se trata. La autora destaca asimismo que soportar el dolor y portar las marcas genera pertenencia y cohesión a fuerza de aguante; de manera que cortarse, soportar y portar permite no sólo sentir algo sino también formar parte de algo.
El pasaje, la nada, el abismo que mencionamos más arriba, dolieron siempre. Ahora bien, pareciera que duele más gestionar el dolor en tiempos de violencias consolidadas, que disparan sobre adolescentes y jóvenes más presiones, exigencias y acusaciones que puntos de apoyo. Y duele más aún en condiciones de exclusión y de injusticia.
Siguiendo a Ferrándiz y Feixa (2005) diremos que, en tanto expresión de la violencia simbólica, definida por Bourdieu en términos de internalización de humillaciones y legitimación de la desigualdad y la jerarquía, los jóvenes aparecen como “cuerpos rituales” de conflictos intrapsíquicos o sociales.
Sin banda ni aguante colectivo, el cuerpo de Carla lo sabe de sobra. Tiene 17 años, dejó la escuela pero dice que va a volver. Hace tres años que dice que va a volver. En ese tiempo tuvo un aborto y una hija. No soporta cómo vive (hacinada) ni dónde vive (en una casa tomada). Carla es una integrante clave del grupo de jóvenes de una ONG muy activa en el barrio: no falta nunca, asiste a todos los cursos y talleres que puede, se interesa por muchos temas, aprende un montón y cada tanto, cuando se dan las condiciones o se presenta una oportunidad, promueve y sostiene actividades que generan algún ingreso para ella y para otros. Una tarde llegó mostrando sus antebrazos vendados y pidiendo alcohol, o algo… De ese modo “contó” que se había hecho cortes con un cuchillo… “pero apenitas –dice-, solo por arriba, no me sangró ni nada. Eh, ¿qué creen ustedes? ¿con una hija me voy a andar cortando como esas otras giles?. Fue para joder, para probar nomás, no pasó nada, todo bien”. Se notaba que no le dolía el brazo, sino todo (Kantor, 2010: 167).
Muy lejos de los `bolsones de pobreza´, a la misma edad que Carla, Nacho no padece la violencia como privación, como ausencia de derechos básicos ni como matriz de relación; sufre fragilidad, soledad, temor. La angustia que le causa sentirse “menos”, no saber lo que quiere o no poder con lo que va queriendo -a sabiendas de todo lo que tiene a disposición-, no tener ni haber tenido novias aún y no animarse a hablar de sus cosas con nadie –tampoco con sus padres, sus profesores o su psicólogo- pudo ser dicha recién en la cama de la clínica donde fue atendido luego de cortarse los brazos.
“Cortarse solo”, como vemos, es ya una expresión polivalente que remite tal vez menos a “autonomía” o a “egoísmo” que a una operación desesperada.
Y como si se tratara de un relato tenebroso sutilmente urdido, cuando tiempo atrás, para poner coto a situaciones redundantes, excesivas o insoportables, comenzamos a decir “cortála”, no imaginábamos que la expresión -coloquial y algo irreverente- se expandiría y perduraría como lo hizo… Pero menos aún imaginábamos la pasmosa literalidad que llegaría a adquirir el imperativo en tiempos en que la violencia cotidiana, naturalizada, suprime la palabra y toda otra forma de tramitación de los conflictos.
“A mi me da todo igual -dice Bea-, estudiar o no hacer nada. A mi me da igual, seguir o dejar. Yo ya sé que voy a repetir de nuevo. Igual yo estoy cansada de todo. Yo ya le dije a usted: a mi vieja no la aguanto más, en la escuela… ¿para qué?. En la villa me tienen podrida, puro bardo. Ayer me agarré con una y casi nos matamos, mire cómo me dejó. Yo le corté la cara también, y le dije que si la veo por ahí la parto. Y si me muero, bueno. Yo le venía a avisar esto, nada más, porque hoy no voy a entrar, tengo que ir a cuidar a mi hermanito porque el novio de mi mamá hoy no puede quedarse: le rompieron los dientes a la mañana y está todo cosido. Ya está ¿total…? a mí no me importa nada”.
“Esas dos se bardean todo el tiempo: por un chabón, por esto, por lo otro, porque una la miró, y entonces empiezan: “no me chuciés”, “y a vos quién te miró”, y así, siempre por algo. Están todas cortadas las dos, yo las ví agarrase a las piñas un día. Y bueno… más bien que se iban a agarrar de nuevo. Mejor, a ver si así la cortan. A mi novia también la tiene podrida esa Valeria, por eso yo estoy del lado de Jesi. ¡Eh… aguante Jesi!. Así que por eso ayer estábamos todos alrededor diciéndole “dale, cortála, cortála”, así… Pero no quiso, la tocó nomás, no fue nada; la otra es una exagerada. En el barrio ¡sí!, ahí, todos los días. Ayer se agarraron dos pibitos, y uno quedó todo abierto, así, todo por acá“.
Demasiado cuerpo lastima(n)do… No debería llamarnos la atención que los cuerpos que hoy más que nunca se exhiben, se intervienen y se manipulan, que son vulnerados por las políticas de la marginación, confiscados por el mercado de consumo y consumidos por la medicina de mercado, que se venden, se alquilan o se mutilan para sobrevivir, se constituyan también en territorio proclive a las marcas que produce el dolor de no poder cortar de otra manera sufrimientos de diversa índole.
Profundos o “apenitas”, en soledad o en banda, para sentir algo o para anular al otro, sólo una vez o con frecuencia alarmante, intentando morir, arriesgando morir o aferrados a una vida que crece, los cortes parecen ser “cicatrices de la violencia estructural y política sobre la ecología local y los cuerpos” de los jóvenes (Ferrándiz y Feixa, 2005: 213).
Una expresión de la resistencia mortífera –diría Rubén Efron- que casi no deja espacio para la construcción de resistencias simbolizantes frente a lo que duele, esto es: constatar que no se tiene lugar, o bien, “simplemente” crecer.
El corte como texto
Cuando Slavoj Zizek explora los significados que conllevan las marcas en el cuerpo, las lógicas a que estos obedecen lo largo de la historia, distingue cuatro etapas.
En primer lugar, en las sociedades tribales paganas prejudías –señala-, el corte o el tatuaje representaba la inscripción en el espacio socio-simbólico fuera del cual no se era nada: “estoy marcado, por lo tanto soy”, de otra manera parezco más un animal que un miembro de una sociedad humana.
Luego, la lógica judía de la circuncisión, impone “un corte para poner fin a todos los cortes”, es decir, el corte excepcional, negativo, estrictamente correlativo con la prohibición de la multiplicidad de cortes paganos.
Con el cristianismo –continúa Zizek-, dicho corte excepcional se internaliza de modo que no existirán más cortes físicos de ningún tipo.
La cuarta etapa correspondería al corte posmoderno “neotribal”, cuya función es dar acceso al “dolor de la existencia”. El corte posmoderno va entonces de lo Simbólico a lo Real, en dirección opuesta al corte tradicional (que va de lo Real a lo Simbólico).
“Cuando una jovencita se hace perforar las orejas, las mejillas y los labios vaginales con anillos, el mensaje no es de sumisión, es el mensaje del `desafío de la carne´” que señala precisamente la resistencia del cuerpo contra la sumisión a la ley socio-simbólica. Así, el corte, cuyo sentido tradicional era imprimir la forma simbólica en la carne, “domesticar” la carne marcando inclusión y sujeción, ha devenido despliegue idiosincrásico de la individualidad (Zizek, 2001: 6).
El recorrido que traza el autor indica que mientras en la sociedad premoderna el corte en el cuerpo realiza la inscripción del sujeto en el orden simbólico (el Otro), “en la sociedad moderna hay un Otro eficaz sin necesidad del corte, y en la sociedad posmoderna, por el contrario, tenemos corte pero sin el Otro. Hay un retorno al rasgo característico de la primera fase (nuevamente un corte en el cuerpo), pero ese corte representa ahora exactamente lo contrario; no señala la inscripción en el Otro, sino su inexistencia radical” (Zizek, 2001: 6).
En línea con este análisis Cristina Corea (2004:159, 161) señala que, a diferencia de otras prácticas –como el tatuaje moderno- que requerían pasar por el dolor para que algo quedara marcado, los cortes actuales no poseen intención de representación y simbolización. Lo que antes era condición necesaria (el “pasar por”) es ahora intención: la meta del corte es el dolor –enfatiza-. Ya no hay símbolo; se hace más para sentirlo y portarlo que para significar algo. Lo que se busca no es la marca sino los efectos que ésta produce; es el intento de existir a través de la marca: “me duele, luego existo”. Es inadecuado y resulta inútil, entonces, buscar sentidos, imponer sentidos, a aquello que no lo tiene. Para muchos/as pibes/as -señala Corea en clave tanguera y de manera contundente- la vida es una herida absurda.
La educación como marca
Aun cuando agresiones, cortes y heridas autoinflingidas por parte de adolescentes y jóvenes no pretenden decir(nos) nada, es mucho lo que dicen y –por lo tanto- lo que estamos obligados a “leer” allí, toda vez que persistimos en educar.
Así como la agresión extrema entre pares estaría indicando cuánto y cómo se hace carne en ellos/as la violencia inmanente y constitutiva de las relaciones sociales, lastimaduras y operaciones cohesivas entre pares en base a incisiones estarían indicando –en el análisis de Corea- cuánto y cómo en tiempos de fluidez y destitución de la autoridad pedagógica, sin instituciones que marquen ni instituyan identidad, los pibes se marcan solos.
Se ha estrechado no sólo el repertorio simbólico de los pibes, sino la eficacia y la posibilidad de la transmisión.
Sin embargo -o tal vez por eso- cuando hablamos de educar enfatizamos la importancia de ofrecer y sostener espacios de inscripción en tanto oportunidad de inclusión y experiencia de reconocimiento.
Cuando destacamos el efecto subjetivante que sobre niños, adolescentes y jóvenes tiene o pude tener aquello que ofrecemos, hablamos de marcas que habiliten oportunidades, sobre todo allí donde las condiciones imperantes precarizan los destinos.
Cuando mantenemos o renovamos obstinadamente la apuesta por la simbolización y la palabra, hablamos de huellas que actúan, y que los impulsan a actuar, en sentido contrario a la naturalización de la violencia y a la devastación de sus vidas.
Queda claro que hallamos con más facilidad nombre y metáfora para el desafío que formas y caminos para saldarlo. Queda claro también que no cesamos de aludir a lo mismo que hacen los pibes: grabar, imprimir, abrir…
Así las cosas, la hipótesis o la constatación de que educando (ya) no marcamos puede ser percibida bien como sentencia terminal, bien como interpelación.
Mientras el mercado y las empresas imponen con soltura sus marcas, mientras frente a la realidad acuciante de muchos adolescentes y jóvenes algunos sólo agitan el llamado amarcarlos de cerca, otros continuamos ensayando maneras de educar.
Entonces… ¿Cómo educar a omnipotentes confundidos que se cortan solos? ¿Cómo hacerlo cuando el gran protagonista es el cuerpo (agujereado)? ¿Cómo acompañar el pasaje por puentes que no existen, para atravesar esa nada en que se juega casi todo? ¿De qué manera y en qué (otros) sentidos es posible incidir frente a tanta (auto)incisión dolorosa?
Las preguntas punzan nuestras decisiones porque no disponemos de respuestas tajantes,porque son demasiados los/as pibes/as que se rajan y porque si se corta la transmisión (por más “programas” que tengamos en carpeta) los dejamos sin relato.
Bonus track etimológico
(O breve menú de posibles incisiones)
“Incidir” tiene el mismo origen que “decidir”; su significado en latín remite a cortar, interrumpir, suspender, grabar, esculpir.
En la literatura antigua el verbo incidir ha sido utilizado para componer expresiones tales como: “cortar las alas”, “revocar el testamento”, “quitar la esperanza”, “suprimir toda deliberación”.
… Y también: “esculpir las leyes en bronce”.
Autores citados
BARBAGELATTA, Norma (2009). “Tiempo de pasaje”, ponencia en el Seminario sobre adolescencia y escuela secundaria, Maestría en Educación, Universidad Nacional de Entre Ríos.
COREA, Cristina y LEWKOWICZ, Ignacio (2004), Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas, Buenos Aires, Paidós.
EFRON, Rubén, (2003), «Arbitrariedades punitivas. Subjetividad de la esquina», en Graciela Frigerio y Gabriela Diker (comps.), Infancias y adolescencias. Teorías y experiencias en el borde. La educación discute la noción de destino, Buenos Aires, cem/Noveduc.
FERRANDIZ, Francisco y FEIXA, Carles (eds.) (2005), Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la violencia, Barcelona, Anthropos.
FRIGERIO, Graciela (2004), Conferencia en el Seminario de Formación Profesional “Infancias y adolescencias”, Buenos Aires, Cem.
KANTOR, Debora (2010), “Alteraciones y huecos de saber (postales)”, en Educar: saberes alterados, Graciela Frigerio y Gabriela Diker (comps.), Buenos Aires, Del estante editorial.
ZIZEK, Slavoj (2001), El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Buenos Aires, Paidós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario