“Las construcciones hegemónicas de género configuran condiciones de vulnerabilidad diferencial frente a los consumos problemáticos de sustancias y diferentes condiciones de acceso a los recursos preventivo-asistenciales. (...)
Ningún estudio nacional o internacional pudo establecer una relación causal o lineal entre consumo de sustancias y violencia de género, en tanto no todos los consumidores de sustancias presentan situaciones agresivas o de violencia hacia las mujeres, ni todos los agresores de mujeres son consumidores de alcohol o drogas.
Entonces, nos encontramos frente a una relación más compleja y múltiple, que nos obliga a diferenciar distintos modos de asociación entre dos fenómenos que son -en sí mismos- muy complejos.
En primer lugar, existe bibliografía dedicada al análisis de prevalencias de consumo de sustancias en sujetos varones condenados o con causas de violencia de género (...). Sin embargo, debemos ser cuidadosos en una lectura que llevaría a ordenar los fenómenos de consumo y violencia en una secuencia lógica lineal. Estos datos no implican una relación causal entre ambos sino que muestran que, con frecuencia, el consumo y la violencia de género se conjugan configurando contextos específicos sobre los que es preciso intervenir. Entonces, si bien no podemos decir que uno lleve al otro, es claro que una situación de violencia sumada a la presencia de consumo de alguna sustancia constituye un entramado de vulnerabilidad, en donde el consumo puede pensarse como un riesgo asociado.
Existiendo un amplio consenso en señalar que no hay una relación causal entre el consumo de alcohol y la agresión; cuando se revisa este fenómeno se deberán considerar a los efectos del alcohol, los atributos del bebedor y las circunstancias en que ocurre el consumo, como factores contribuyentes.
En segundo lugar, encontramos otro tipo de vinculación entre consumo y violencia de género referida a la situación de las mujeres que consumen sustancias. Las situaciones de vulnerabilidad a las que se ve expuesta una mujer con consumo problemático de sustancias son numerosas y lamentablemente poco abordadas por la bibliografía existente.
Por un lado, algunos estudios señalan que el consumo por parte de la víctima de violencia de género incrementa las posibilidades de ser maltratada. Este incremento puede tener varias lecturas: por un lado, el consumo problemático de sustancias (en especial alcohol y psicofármacos) en las mujeres puede colaborar con formas de aislamiento respecto de su entorno social más cercano, que podría servir de punto de lazo y anclaje para una posibilidad de resolución de la situación de violencia. Por otro lado, las mujeres que presentan consumos problemáticos de sustancias pueden verse expuestas con mayor frecuencia a situaciones de violencia física y sexual, en relación a los estados alterados de conciencia a los que se exponen cuando consumen.
En el caso de las mujeres el consumo de alcohol o drogas también suele utilizarse como una forma de enfrentar el malestar causado por la violencia, lo que a su vez puede convertirse en un factor de riesgo y vulnerabilidad para continuar siendo víctima del generador de aquella, adquiriendo en este contexto una dinámica bidireccional.
El fenómeno mujer, drogas y violencia, es complejo y requiere de intervenciones que aborden esta triada de manera integral, y que no sólo se reporten resultados derivados del análisis de cada tema de manera aislada.
La violencia en los vínculos y su reproducción debe pensarse como el producto de la internalización de pautas de relación en una estructura jerárquica entre los géneros y de un modelo familiar y social que la acepta como procedimiento viable para resolver conflictos”.
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