martes, 16 de junio de 2015

Trazar caminos de encuentro

Diálogo con Paula Goltzman.

Publicado en: Débora Kantor (2008) Variaciones para educar adolescentes y jóvenes. Buenos Aires: Del estante editorial.

Disponible en: http://issuu.com/federiconantes/docs/goltzman_2008_-_trazar_caminos_de_e/1

Extractos:

"Muchas de las personas que usan drogas,
sobre todo los más jóvenes, están y pasan gran parte de su vida en lo que
podríamos denominar genéricamente la calle: las esquinas, los baldíos, los lugares
de encuentro como pubs, pooles y plazas de los barrios. Desde hace mucho
tiempo, venimos percibiendo que esos son espacios privilegiados de intervención.
Esa perspectiva confronta con los discursos y las intervenciones más
habituales. Las organizaciones comunitarias, por ejemplo, procuran generalmente
sacar a los pibes de esos contextos; la idea que prima es que hay que
correrlos de esos lugares y lograr que vayan a las instituciones para realizar
determinadas actividades. (...)

Nuestra propuesta hacia las organizaciones
con las que trabajamos no es nada original en ese sentido; hay muchísimos
antecedentes de lo que llamamos un trabajo en calle, en el sentido amplio
de calle, con todas esas posibilidades y espacios que señalé antes. En definitiva,
es eso: actuar donde los pibes se encuentran; ninguna pretensión, por
lo menos en el inicio, de que los pibes dejen sus lugares para ir a algún otro
a realizar un taller o una actividad. De lo que se trata es de establecer un diálogo, 
y podemos dialogar en esos espacios (...)

Gran parte de la vida de los pibes, sobre todo de los sectores
más pobres, pasa en esos espacios, y es ahí donde uno debe y puede poner
una palabra, buscar y construir otros sentidos para ese espacio que es la calle.
Y es allí donde se abre la posibilidad de establecer la confianza con los pibes,
vínculos con ellos que facilitan otros objetivos, porque el primer objetivo,
cuando encaramos el trabajo, es contactarnos, al comienzo no hay más que eso. (...)
después, de a poco, mucho más que eso, después viene ese plus
que se va construyendo junto con los grupos, con los pibes, con los usuarios,
con quienes estés trabajando. Pero el primer objetivo es la confianza, no hay
ninguna otra pretensión. Cuando lo que se plantea es «la reducción de daños»
como enfoque y estrategia de trabajo, los objetivos básicos, iniciales, son sumamente
cercanos, de bajo requerimiento. Posteriormente hay posibilidad de
otros objetivos. En ese bajo requerimiento, sobre todo con los pibes con los
cuales trabajamos –los más vulnerabilizados, los que viven en condiciones muy
precarias–, el objetivo básico es establecer este contacto y que los jóvenes puedan
llegar a identificar, a reconocer a ese promotor que está trabajando en la
calle como un puente para el diálogo, como alguien que trae otros elementos
simbólicos de discusión sobre el tema de drogas o sobre otros temas que preocupan
a los pibes. (...)



Hay algo que no falla nunca: el asombro de los pibes, sobre todo
cuando se es muy sistemático, absolutamente sistemático. En la calle pasan
muchas cosas… está la policía o los pibes no están o hubo una razia y al día
siguiente no los encontrás o están, digamos, pasados de sustancias y vuelve a ser
difícil establecer un diálogo. Hay que volver una y otra vez; intentamos ser
supersistemáticos, respetuosos de que los días o los momentos en que pasamos
sean siempre los mismos. Entonces, la primera respuesta que aparece
siempre es el asombro: «¡Ah… volvieron!». Primero, ante todo, el asombro
y, a partir de allí, un proceso largo en el cual lo que más importa es la interacción,
el tipo de relación que se establece con los pibes. (...)

La idea es ir
intentando, con cada organización, que dentro de las estrategias que suelen
utilizar incluyan el trabajo en calle. Es cierto que muchos proyectos que trabajan
con jóvenes tienen una lógica de abrir y ofrecer espacios dentro de las
instituciones para que los jóvenes concurran, eso es absolutamente necesario,
nosotros no decimos que eso no es válido y tampoco decimos que nuestra
modalidad lo resuelve todo y es una panacea, ¡no! Aquello es necesario, y esto
es difícil y es necesario también. Porque ciertos jóvenes, muchos grupos de
pibes, sobre todo los más vulnerabilizados, aquellos que más rompieron lazos
con casi todo, no van a ir de entrada o no van fácilmente a una institución. (...)

Por más valiosa que sea la propuesta, ¡no van a ir! Porque, por
lo general, son los más estigmatizados, los que el barrio señala, los que señalan
como los drogones, barderos, chorros, y esos no van a las instituciones. Pero,
a su vez, es una población que necesita de las instituciones y que uno pretende
acercar, cosa que solo es posible a través de una interacción diferente. (...)

Tal vez la acción o el mensaje educativo esté vinculado con
poder hacer cosas, con poder reconocerse en otras acciones: «nosotros decidimos», 
«nosotros podemos ver cine» (...) «nosotros podemos tener un espacio de diálogo con un adulto», eso es clave. 

Un adulto que está en otra posición distinta a la de ellos, con el cual
pueden sostener un vínculo y construir, plantearse objetivos, ver cómo hacer.
Lo que queremos garantizar, sobre todo, es que recuperen alguna referencia con
el adulto, porque ellos tienen claro que eso que hacen lo están haciendo
con nosotros y que nosotros estamos propiciando ese espacio. En el punto
en que están, no va a cambiar su vida porque en lugar de ver Alien veamos,
no sé, Ciudad de Dios porque trabaja la problemática de las favelas (que es
como un clásico de los recursos que se utilizan en estos casos) o Pizza, birra,
faso, otro clásico. El asunto es dónde poner el foco. En la carrera de Trabajo
Social, donde yo soy docente, escucho todo el tiempo ideas o estrategias de
ese tipo: llevar esas películas a los grupos con que se trabaja para poder reflexionar
a partir de ellas sobre la propia realidad de los pibes. Puede ser que a
veces sirva, pero a veces hay derecho al ocio, a simplemente divertirse. (...)

A partir de esas actividades, y no solo de ellas, sino de todo lo que se
genera en el trabajo, en el intercambio, algunas veces los pibes pueden incorporar
pautas de cuidado respecto de las adicciones, nos consultan sobre otros
temas que les preocupan, hay quienes pueden retomar una vieja idea, un
viejo sueño y hasta se animan a desarrollarlo. Pero quiero ser clara y cuidadosa
con esto: a veces no pasa. De cuando sí pasa, recuerdo un ejemplo: en
un grupo de pibes que tiene estas características de ser los drogones y los barderos
del barrio, en uno de estos diálogos, uno comentó que, en realidad, a
él le gustaría estudiar un oficio. Y bueno, fue un trabajo y un proceso intenso,
y el año pasado terminó el curso de soldadura en la Escuela de Oficios. Ese
deseo se recuperó ahí. (...)

Pasó del «no sé dónde buscar, yo no me animo» a hacer el curso y terminarlo.
Nosotros no teníamos el propósito expreso de promover estudios o
la reinserción a la escolaridad, pero eso es lo que permite ese espacio y ese
diálogo: que se reencuentren con otras cosas, que recuperen ganas y cuenten
con la referencia de un adulto que permite que se destraben algunas cosas.

Otros casos tienen que ver con el consumo de sustancias, con poder parar o
«bajar un cambio», que yo traduzco como ideas de la moderación en relación
con las drogas. Nos interesa trabajar en esa idea con los pibes, aunque
no aparece así expresada con ellos. ¡Esto es todo un tema! Porque, en general,
se tiende a ver el asunto en términos totales. A todos, a las organizaciones, a
la gente que trabaja con pibes y jóvenes, se les dificulta ver que para muchos
de ellos el uso de drogas va a ser un momento en sus vidas, y esa dificultad
tiñe las respuestas institucionales, así como las formas de nombrar a los chicos:
«Estos ya son…» o «se transformaron en…». (...)

«está perdido». Hay que tener muchísimo cuidado con eso
porque, si en los temas sociales en general deberíamos ver la realidad y las
intervenciones como un proceso, más aún cuando estás trabajando con pibes.
Más obligado estás a verlo como un proceso donde a lo mejor eso es un
momento; puede ser un momento muy sufriente, muy traumático para los
que están cerca de él, para los familiares, para las organizaciones, pero me
parece que estamos obligados a entenderlo así. A ver cómo los ayudamos a
transitar ese momento con el menor daño posible, con el menor riesgo posible.
Esto es algo que hay que trabajar mucho también con los adolescentes
y con los jóvenes. La idea de la moderación, y no la de la prohibición, abre
una puerta distinta para el diálogo. Yo sé que el discurso de la moderación
puede causar asombro porque no se encuadra en el discurso prohibitivo. (...)
tampoco los aplaudimos por lo que hacen, está claro… Y ellos
lo saben, y saben que estamos ahí porque nos preocupan algunas cosas. Pero
sí, es un discurso que cuesta, sobre todo con los adultos de las organizaciones.
Y es interesante señalar que esas reacciones se generan en las organizaciones,
o en los adultos, pero no en los pibes. O mejor dicho: si los pibes nos pueden
escuchar es justamente porque tenemos ese discurso. Y es a partir de allí que es
posible desarmar también la impronta que muchos de ellos tienen sobre su
propio consumo y su propia identidad, porque ellos se presentan así: «Yo ya
estoy perdido», «yo estoy entregado». (...)

Me parece que en las organizaciones suele haber una tensión en relación
con este tema, hay cierto discurso para el cual cualquier propuesta es
válida dentro de lo que siempre se denominó como prevención inespecífica.
Cualquier cosa: fútbol, pintura, cualquier propuesta sirve o puede tener
lugar en este gran rubro de la prevención inespecífica. En el polo opuesto de
esa tensión está el atribuir exclusivamente a los especialistas el saber y poder
hacer algo en este temaYo creo más en distribuir responsabilidades; cuando
se trata de grupos que ya están consumiendo, atribuir toda la capacidad y la
responsabilidad a la prevención inespecífica es un exceso, como también lo
es suponer que solamente el especialista puede abordar la temáticaLo que
ocurre a menudo en las organizaciones que vienen trabajando hace mucho
en la cuestión de la prevención, y empiezan a tener pibes que consumen, es el
gran fracaso que sienten, la frustración: «Les dimos el taller de esto y de lo
otro, abrimos nuevos espacios y empezamos con el proyecto de tal cosa y…
igual están consumiendo». Esa tensión que te digo es para explorar un poco
más. Hay un problema en darle a la prevención inespecífica una capacidad
que no tiene, y también en no valorarla por lo que muchas veces vale en sí
misma como propuesta. Por otra parte, hay un problema también en el
reclamo de que solo los especialistas pueden abordar el tema, y también en
no advertir que en muchas ocasiones resulta indispensable la intervención de
especialistas. En relación con este asunto, últimamente estamos observando
una tendencia preocupante: las instituciones o programas públicos supuestamente
abocados a este tema desdibujan su propia especificidad y promueven
que sean las organizaciones de la comunidad, por ejemplo, las que aborden
el problema. (...)

Hace unos días, un centro de atención dependiente de la Secretaría
de Adicciones de un gobierno provincial se presentó diciendo: «Nosotros
somos una organización más, como cualquiera de las que están acá», y las
que estaban ahí eran escuelas, un centro cultural, un comedor, etc., y… ¡no
es cierto!, ¡eso no es cierto! Eso es trabajar desde un lugar mentiroso, hipócrita,
porque un organismo del Estado que tiene que definir y ejecutar políticas
públicas para abordar la temática no es lo mismo que un comedor
comunitario. No se puede desdibujar así la especificidad que tiene; hay que
hacerse cargo, hay que dar respuestas.

(Débora Kantor): Es notable, porque esto que señalás es congruente con la omnipresencia
y la centralidad de lo "preventivo" que yo vengo observando en muy
diversos ámbitos de trabajo con adolescentes y jóvenes. Entonces, mientras
la prevención avanza sobre cualquier otro cometido, los organismos cuyo
objetivo es la prevención y el trabajo en torno al problema del uso de drogas
desdibujan su función. O sea: unos compran rápido lo que no deberían
y otros regalan lo que en realidad les corresponde conservar.

(Paula Goltzman): Claro, si somos todos iguales, ¿a dónde recurro? ¿Qué hacemos, entonces,
ante esas situaciones que nos desbordan? Esto genera o aumenta esa
sensación que abunda en barrios desamparados. ¿Qué hace la señora del
comedor si le dicen que el centro de atención del barrio es lo mismo que ella
o haría lo mismo que ella? ¿Qué hace el profesor de fútbol cuando ve un
pibe en situación muy comprometida? Hacen lo que pueden y ahí, muy frecuentemente,
se da la aparición de las respuestas y los discursos más duros:
«Internémoslo, encerrémoslo, no tiene solución». Cuando las instituciones
o los dispositivos específicos transmiten esa lógica de irresponsabilidad, lo
que aparece después son las respuestas más duras.

(...) reaparece esta idea de ver a los pibes perdidos en lugar de verlos
en un proceso y entender más ese consumo como un momento en su vida, un
momento en que si hay algo que precisa es no se ser abandonado ni catalogado
como una pérdida, sino todo lo contrario: necesita ser pensado en el
marco de una estrategia que intente sostenerlo, brindarle apoyo, que no es
fácil muchas veces, pero no es imposible. Y ese apoyo contrasta con lo primero
que aparece en los relatos: «Se perdió», «cayó en la droga», «lo perdimos».
Bueno, hay que encontrarlo de vuelta al pibe, trazarle un camino de encuentro.
¡No son pibes que están muertos!, son pibes que quizá salieron de una
institución para pararse en la esquina, para pararse en la calle. Y vuelvo a la idea
del comienzo: construir esos puentes de encuentro es fundamental. 

(...) hay que decir claramente que el problema afecta a todos, a los de mayores y a los
de menores recursos, pero se expresa más duramente, más cruelmente, en
los sectores más vulnerabilizados. Si hay algo que atraviesa a todos es que
todos los pibes enfrentan o sufren el desamparo. Las referencias con los adultos
están fallando, están faltando, los estamos dejando muy solos. Cuando se
trata de adolescentes o jóvenes de clase media o de clase media alta, como los
casos de consumo de éxtasis que cada tanto salen a la luz, también cabe preguntarnos
dónde están las instituciones, dónde están los referentes que
puedan tender un lazo.

D: Pareciera que la consternación y la alarma generalizada no solo no se
acompañan de respuestas, sino que las obturan.

P: Sí, algo así. Entre el desprestigio de las instituciones y el no hacerse
cargo del asunto hay demasiado lugar para un vacío de respuestas o estrategias
de intervención. Y ese vacío se parece bastante al desamparo. (...)

(Acerca del ámbito educativo)

D: Y en contextos donde los pibes no son usuarios de drogas o, al menos,
la mayoría no lo es o no están muy «enganchados», pero la preocupación
está instalada porque el consumo crece, ¿qué experiencia tienen ustedes?
¿Qué proponen allí?

P: En general, no nos dedicamos a esas situaciones, sino al trabajo con
los que ya consumen. Incluso en los mismos barrios donde trabajamos hace
mucho tiempo, salvo alguna excepción, por ejemplo, nunca hemos ido a dar
charlas a las escuelas, aunque nos lo piden bastante. En general, no vamos.

D: ¿Es una postura, una decisión? ¿A qué se debe?

P: Es una decisión que tiene que ver con varias cosas; es en parte el resultado
de una ecuación: dónde poner la prioridad, dónde poner los recursos.
Pero, además, lo que está en la base de esta posición, es «nosotros trabajamos
en la calle con determinada población, ustedes en la escuela, el club o lo que
sea, con otra población». Claro que tenemos algo en común, porque los
pibes que están en la calle son los que se van de esos espacios o tienen una
relación fluctuante con ellos; desde ese punto de vista, es bueno trabajar de
manera articulada, procurar puentes, favorecer la vuelta cuando se puede.
Pero los que están en la escuela, están en la escuela, y ahí ese espacio debería
funcionar como referencia.

D: Entiendo, estás enfatizando que allí hay o debería haber referentes,
diálogo, propuestas. De todos modos, una escuela, un centro recreativo o lo
que sea pueden verse en situación de necesitar orientación, pistas para
enfrentar una realidad que no sabe cómo pensar. Una cosa es no asumir lo que
le compete a cada espacio o la preocupación basada en el estigma y en un
estado de alerta desmesurado, y otra bien diferente es la preocupación genuina
ante situaciones nuevas y complejas que, por cierto, no se resuelven con un
taller, claro. Ahora, si lo que más les piden son talleres para los chicos, el
asunto no es el motivo por el que ustedes van o no van, sino cómo se está
pensando la cuestión, dada la demanda que se hace.

P: Es que eso es lo que me interesa señalar, la articulación entre distintos
servicios o instituciones es más posible cuanto más cada uno cumpla la función
que debe cumplir. Y de esa forma es más fácil, cuando aparece una
situación que no se puede manejar, que desconozco como abordarla, relacionarme
con otros que quizá tengan más experiencia o sepan cómo hacerlo.
Pero eso es muy diferente a salir corriendo a pedir charlas o talleres de urgencia
a los especialistas.

D: Es una construcción que hay que hacer en cada lugar donde se trabaja
con pibes, que no necesariamente empieza o termina con la intervención de
especialistas –como decías antes– y que puede, o no, requerir su intervención
en algún momento. Pero si el punto de partida, cuando aparece cierta preocupación,
es que hace falta un taller o un especialista, lo que sigue es el
abandono de un lugar que, en todo caso, hay que fortalecer.

P: Exacto, porque esos son los lugares y esas son las referencias que tiene
los adolescentes y los jóvenes antes de ir a parar a la esquina. Para nosotros,
eso es lo central; eso y el modo de concebir la problemática, insisto: tener
presente que el campo del uso de drogas es el campo de la diversidad: diversidad
de consumos, de sujetos, de frecuencias o de relaciones con las sustancias,
de efectos… Si juntás todas esas variables, es imposible la respuesta
única, la estrategia eficaz para cualquier circunstancia. Miradas masivas,
homogéneas, totales no producen respuestas adecuadas. Para formular estrategias
hay que pararse en ese lugar, hacerse cargo implica también abrir el
juego a la diversidad de respuestas y a la flexibilidad con que se debe operar.

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