Revista Margen nº 10, 1997
En este
trabajo, nos proponemos revisar la influencia en las prácticas profesionales de
la asociación del uso de drogas ilegales con enfermedad, a fin de favorecer un
análisis crítico de nuestras intervenciones. Asimismo, presentamos el resultado
de algunas investigaciones referidas a las prácticas de los usuarios de drogas
-particularmente de cocaína- a modo de contribución a su desmitificación.La
construcción del uso de drogas como problema social encuentra fundamento en
diversos procesos económicos, políticos y culturales. Muchos análisis sobre el
uso de drogas han eliminado su complejidad para reducirla, naturalizarla y
circunscribirla a la interpretación jurídico-penal o psiquiátrica. Las
prácticas profesionales de diferentes disciplinas reproducen esos saberes lo
que se expresa en estereotipos que contribuyen al desarrollo de procesos de
estigmatización social de individuos y conjuntos sociales.
Resulta
pertinente emplear el concepto de construcción social en los procesos de
salud-enfermedad-atención, definido como "el proceso de condicionamiento
recíproco entre las representaciones y las prácticas, desarrolladas tanto por
los `especialistas del campo' (curadores) -incluidos los distintos niveles de
organización institucional- y los diversos conjuntos sociales. A su vez, por
representación social entendemos la articulación entre los modos de percibir,
categorizar y significar (dar sentido)" (Grinberg et al., 1993).
Diversas
investigaciones han mostrado que la representación social de la enfermedad se
describe como un estado que aparece bruscamente y que ha sido producido
por una causa externa, que en general es de carácter social aún para la
enfermedad mental. Se asocia también a la inactividad. Esta
concebido como un fenómeno destructivo. Está relacionada con lapérdida
del rol social, con la dependencia de otro y con la angustia (Páez et
al., 1991). Para algunas personas la misma enfermedad es una manera de
actividad. Este último aspecto puede relacionarse con los procesos de
estigmatización social y resulta bastante claro cuando analizamos muchas de las
historias de quienes se definen como "ex adictos".
Entre
los estereotipos más habituales, el fetiche de las sustancias y la tentación de
simplificar confunden cualquier uso de drogas con adicción y descartan las
sutilezas del estilo en el uso, presentando soluciones preventivo-asistenciales
que se circunscriben a la droga y no a los sujetos en los contextos donde se da
el uso.
Para el
caso de las sustancias ilegales esa visión reduccionista no admite diferencias
en los patrones de consumo. Esto es, el consumidor -cualquiera sea la dosis,
frecuencia y circunstancias del uso- es visto como un adicto y
se lo identifica con una personalidad autodestructiva y con una actitud
despreocupada respecto de su salud, también se lo señala como potencialmente
peligroso y violento, con un patrón único de uso de drogas, con escasos
vínculos sociales e institucionales.
El
trabajo de Erickson (1993) revisa una amplia serie de estudios comunitarios de
usuarios de cocaína y muestra de manera clara que aún entre los usuarios
fuertemente adictos a la cocaína, no hay un patrón único de profundización
continua de la exposición a riesgos diversos o de agravamiento del cuadro
adictivo.
Autores
alemanes contemporáneos como Scheerer y Schivelbusch, renuncian al uso de las
palabras "droga", "psicoativo" o sus semejantes a favor de
la denominación de sustancias de gozo/usufructo, por tratarse
aquéllas de términos muy cargados semánticamente a lo largo de siglos de
embates ideológicos. Este último término parece encarnar con mucha propiedad la
razón de las dificultades (o imposibilidades) de prevenir el uso de esas
sustancias por ser éstas primariamente productoras de placer. Ese concepto
apunta también a las complejas posibilidades de las intervenciones
preventivo-asistenciales orientadas a la disociación entre la búsqueda del
placer y la compulsión, o a la reducción de los riesgos de un uso no controlado
por las estrategias microculturales de autopreservación.
Con
respecto a la adopción de medidas preventivas por parte de los usuarios de
drogas, la experiencia internacional ha mostrado que las acciones deben
fundarse en un conocimiento más preciso de sus prácticas, ya que en torno al
consumo de drogas se desarrollan un conjunto de acciones, reglas, valores y
rituales.
Entre
1992 y 1994 el Programa de Abuso de Substancias de la OMS (WHO/PSA) en
asociación con el Instituto Interregional de Investigación del Crimen y
Justicia de las Naciones Unidas (UNICRI) desarrollaron el mayor estudio global
sobre cocaína.
Se recolectó información de 22 ciudades en 19 países sobre cómo se usan la cocaína y otros productos de la coca, quién los usa, qué efectos tienen en los usuarios y en la comunidad, y cómo han respondido los gobiernos al problema de la cocaína. Entre los países de Sudamérica, fueron incluidos en el estudio Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú.
Se recolectó información de 22 ciudades en 19 países sobre cómo se usan la cocaína y otros productos de la coca, quién los usa, qué efectos tienen en los usuarios y en la comunidad, y cómo han respondido los gobiernos al problema de la cocaína. Entre los países de Sudamérica, fueron incluidos en el estudio Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú.
En
dicho estudio, se señaló a modo de conclusión que no es posible
describir un usuario de cocaína promedio. Se encontraron usuarios de
cocaína en ambos sexos, en todas las edades desde niños a muy ancianos, casados
y solteros, en amplias áreas geográficas, entre todos los grupos étnicos y en
todas las clases socioeconómicas.
La
información de los países participantes no demuestra una "explosión"
de la cocaína en el mundo pero sí una "difusión" del uso de cocaína
en la mayoría de los países.
Se
halló un enorme rango de diferencias en la cantidad de droga usada, la
frecuencia, duración, intensidad y las razones para el uso. No obstante, se
identificaron cuatro patrones generales de uso: la inhalación de cocaína; fumar
crack/pasta base; cocaína inyectable y mascado de hojas de coca.
El uso
más popular en el mundo entero es la inhalación de clorhidrato de cocaína. Está
vista en muchos países como una actividad de ocio vinculada con la elite
social. A menudo asociada con "intelectuales" y ricos hombres de
negocios. Identificada principalmente con usuarios casuales, recreacionales, de
bajas dosis que toman cocaína por diversión o para obtener un efecto específico
en una situación específica. No se reportan problemas significativos entre este
grupo de usuarios. La inhalación de cocaína ha aumentado en la mayoría de los
países participantes en el estudio en los últimos 5 años, pero parece estar
estabilizándose o declinando en USA, Australia, Canadá, Holanda, España y
México, aunque estaría en aumento en Brasil y Perú.
El
comportamientos de fumar pasta base o crack es mucho más minoritario en los
países estudiados y se observó principalmente entre los desempleados,
"homeless", los pobres y otros grupos minoritarios y socialmente
aislados como trabajadoras del sexo y chicos de la calle.
La
pasta de coca (pasta, pasta basuca o basuco) se usa casi exclusivamente
en Sudamérica aunque se la reportó también en el estudio de Corea. Se dice que
involucra uso diario y a menudo se fuma en forma continua y descontrolada. Se
la considera más dañina que la cocaína inhalada. El uso de pasta de coca
estaría aumentando en los países andinos, en especial Ecuador.
El
crack se usa extensivamente en algunas ciudades de USA. También se reporta uso
en niveles bajos en muchos otros países: cerca de dos tercios de las 19
localizaciones informan uso de crack. Generalmente se fuma en pipas pero en
Barcelona los usuarios se refieren a en plata o chino,
que significa quemar la droga sobre una lámina de aluminio e inhalar los
vapores. La imagen de los usuarios de crack y de pasta base es similar. Se cree
que la droga es altamente adictiva y se la asocia con conductas violentas y
delincuencia. Los usuarios de crack son comparados con los usuarios de cocaína
inyectable. El uso de crack parece aumentar en Brasil y Nigeria y entre grupos
tales como trabajadoras del sexo y usadores de opiáceos en Holanda.
Aunque
se informa uso inyectable de cocaína en la mayoría de los centros, sigue siendo
una práctica minoritaria en la mayoría de las localizaciones fuera de USA. El
clorhidrato de cocaína se inyecta como solución o en una mezcla o
"cocktail" (combinada con heroína como "speedball" o con
metadona). Se lo identifica con los desempleados y otros grupos de bajo status
socioeconómico y poblaciones aisladas socialmente. El uso inyectable requiere
especial atención debido a la diseminación de virus como el VIH, hepatitis B y
C. Los usuarios de drogas por vía endovenosa están extremadamente
marginalizados en la mayoría de los países y se los desprecia como
"junkies". Las tasas de uso inyectable parecen relativamente estables
en los países estudiados y en descenso en algunos países debido al VIH/SIDA. En
Río de Janeiro y San Pablo el uso inyectable de cocaína se ha hecho común
aunque parece estar produciéndose un cambio por el uso de crack.
El
consumo de hojas de coca está enteramente integrado en la cultura tradicional
andina. Para la mayoría de los usuarios mantiene su carácter sagrado. Sus usos
principales son:
·
aumento de energía para el trabajo
y contra la fatiga y el frío.
·
medicinal.
·
sagrado, especialmente en las
ofrendas a Pachamama.
·
social, para mantener la cohesión
y cooperación comunitaria.
El uso
es muy estable, comienza en la adolescencia y no se interrumpe en toda la vida.
En
todos los países participantes, los problemas de salud derivados del uso de
sustancias legales, particularmente alcohol y tabaco, son mayores que los
producidos por el uso de cocaína. También en muchos países, los problemas
crónicos relacionados con la pobreza, el hambre, enfermedades infecciosas,
guerra y conflictos sociales eclipsan cualquier problema de salud relacionado
con el uso de cocaína.
En los
países estudiados la mayoría de los servicios de tratamiento están pobremente
coordinados, a menudo son culturalmente inapropiados e ineficaces en lograr la
"rehabilitación". A diferencia de la heroína -para la cual la
metadona es una respuesta reconocida y efectiva- la dependencia de cocaína no
tiene un tratamiento tipo de sustitución. La mayoría de las personas que sufren
problemas relacionados con la cocaína se recuperan de ellos sin recibir ningún
tratamiento formal.
Las
principales características de los programas de tratamiento se analizaron según
su orientación y entrenamiento de los equipos.
Orientación abstencionista
Los
tratamientos formales tienden a lograr que los usuarios se detengan en el uso
antes que a reducir el daño del uso de cocaína. Estos modelos abstencionistas
son considerados inflexibles por algunos informantes clave. El tratamiento
compulsivo o no voluntario es común.
Entrenamiento de los equipos
Virtualmente
en todos los lugares se informó la falta de entrenamiento adecuado de los
equipos en el tratamiento de cocaína y otras drogas. Muchos de los
profesionales que tratan usuarios fueron considerados desinformados respecto
del espectro del uso de cocaína y de los mejores abordajes para el tratamiento
según los informantes clave. Se hallaron abusos hacia las personas en
tratamiento en más del 25% de los países participantes. Los abusos incluyen
explotación financiera y sexual, negligencia, agresión y abuso psicológico.
Algunos centros de tratamiento se muestran entusiastas en la aplicación de
drogas psiquiátricas y tranquilizantes mayores.Muchos informantes afirman que
los grupos de auto-ayuda que enfatizan una orientación religiosa alienan o
contrarían a un número de beneficiarios potenciales. El rol de los
no-profesionales, especialmente ex-usuarios, en tratamiento no está claro. Los
programas basados en modelos o creencias religiosas están muy difundidos,
aunque su eficacia a menudo no se evalúa o es examinada críticamente, por lo
que resulta desconocida. El tratamiento por cocaína para prisioneros a menudo
es diferente del ofrecido al resto de la comunidad. Varios países no tienen
ningún tratamiento para prisioneros y donde existe, los servicios son mínimos.
Los
resultados del estudio referido resultan especialmente útiles para contextos
como el nuestro, en el que la política pública en el campo de las drogas
ilegales ha centrado su intervención en la penalización del usuario y el
tratamiento compulsivo de muchos de ellos. Esa lógica paradojal da sustento a
parte de las construcciones que hacen que muchos de los trabajadores de este
campo digan que "los adictos son irrecuperables", mientras continúan
desarrollando un conjunto de intervenciones supuestamente orientadas a esa
"recuperación" que nunca se producirá. En estos casos suele
depositarse la responsabilidad en el "adicto" y su familia en lugar
de cuestionar la propia práctica.
Otro
estereotipo clásico relaciona el uso de drogas con descontrol sexual, lo que le
agrega otra connotación desfavorable en relación con el fenómeno del VIH/SIDA.
En lo que se refiere a las conductas sexuales diferenciales entre las personas
que usan drogas y las que no lo hacen, un análisis de diversas investigaciones
permite enunciar que "la mayoría de las explicaciones acerca de la
relación entre el uso de drogas y la conducta sexual no pueden distinguir entre
los efectos famacológicos y las percepciones populares de los `efectos' de las
drogas en la conducta sexual. Los determinantes de la relación entre uso de
drogas y riesgo sexual permanecen inciertos".
La
población a la que suele accederse más fácilmente, y a partir de la cual se ha
construído la información existente en la Argentina, es la que participa en
instituciones de tratamiento del uso de drogas, en el sistema carcelario o en
el ámbito hospitalario. En un estudio del organismo gubernamental francés de
lucha contra el SIDA, se estima en tres años el período que precede al primer
contacto de un usuario de drogas con una institución sanitaria y social -siendo
las más frecuentes la guardia hospitalaria de emergencia o la prisión- y en
seis años la primera consulta a un centro de tratamiento. Muchos usuarios jamás
realizan este recorrido (Fournié, 1993).
Para
desarrollar una tarea preventivo-asistencial es necesario oponerse a la
tentación de naturalizar el fenómeno y articularlo con técnicas de intervención
que simultáneamente se justifiquen y se den fundamento. Por tanto la actitud
preventivo-asistencial debe atender a la complejidad y diversidad de los usos,
ya que el discurso uniforme y pretendidamente seguro no sólo es inadecuado sino
fuente de otros sufrimientos como alimento de los procesos de estigmatización
social.
Bibliografía
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Fournié, J. "La prévention du sida
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Grinberg, M. et al. "Construcción social y
Hegemonía: Representaciones médicas sobre SIDA. Un abordaje antropológico";
Programa de Antropología y Salud, Facultad de Filosofía y Letras de la UBA,
mimeo, 1993.
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Mesquita, F. y Bastos, F.
(organizadores) "Drogas e AIDS. Estratégias de Reduçao de Danos".
Editora Hucitec, Sâo Paulo, 1994.
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Páez, D., San Juan, C., Romo, I. y
Vergara, A.; "SIDA: imagen y prevención", Ed. Fundamentos, Madrid, 1991.
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Touzé, G. y Rossi, D. "SIDA y Drogas: ¿Abstención
o reducción del daño", Fondo de Ayuda Toxicológica, Buenos Aires, julio de
1993.
·
WHO/UNICRI "Cocaine project".
Summary papers, Programme on substance abuse, WHO, Ginebra, 3-3-95.
* Datos sobre las autoras:
* Diana Rossi
Trabajadora Social. Especialista en problemáticas infanto juveniles. Investigadora UBA. Secretaria académica de la carrera de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales. UBA
* Graciela Touzé
Trabajadora social. Presidenta de la Asociación Intercambios. Docente de la carrera de Trabajo Social. Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
* Silvina Carro
Trabajadora Social. Docente de la carrera de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales. UBA
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